miércoles, noviembre 16, 2016

Retrato del horror de Iguala. Entrevista con John Gibler


Retrato del horror de Iguala
Entrevista con John Gibler*
Ariel Ruiz Mondragón
Los hechos ocurridos en Iguala en la noche del 26 al 27 de septiembre de 2014 aún son motivo de investigación, discusión y confusión por las distintas y encontradas versiones que se han dado acerca de ellos.
Por lo anterior resulta muy importante dar a conocer lo que vivieron aquellos días las principales víctimas de los hechos: los estudiantes de Ayotzinapa que sobrevivieron a aquella noche de crueldad. Esto es lo que ha hecho John Gibler en su libro Una historia oral de la infamia (Grijalbo, Sur +, 2016), en el que engarza diversos testimonios para dar un panorama general de lo ocurrido.
Replicante charló con Gibler, quien es graduado en la London School of Economics y fue profesor visitante en la Universidad de Hampshire. Periodista de investigación, reside en México desde 2006. Autor de al menos seis libros, ha colaborado en medios como Left Turn, Z Magazine, In These Times, Common Dreams, Yes! Magazine, ColoLines, Democracy Now!, Milenio Semanal y Contralínea.


Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir y publicar un libro como el suyo?
John Gibler (JG): Antes que nada, para simplemente buscar la verdad de qué sucedió en Iguala la noche del 26 al 27 de septiembre de 2014. Digamos que podríamos identificar dos fases de este trabajo: la primera, en los días iniciales cuando llegué para empezar a entrevistar a sobrevivientes y conocer qué había sucedido. Fue la primera semana de octubre de 2014, cuando no se entendía nada, ni los hechos básicos. Entonces allí empezó el trabajo: para simplemente saber qué pasó aquella noche.
Segunda: ¿por qué publicarlo en forma de libro, si ya publiqué una crónica larga en diciembre de 2014? Dije: “Todavía hay más elementos, más ángulos que urge tratar”. Me costaba mucho tiempo simplemente encontrar el mayor número de sobrevivientes posible, de diferentes escenarios de los ataques de esa noche: normalistas, miembros de los Avispones, periodistas, gente del basurero, etcétera.
Cuando ya tenía casi un año de trabajo, de entrevistas y las transcripciones, me pregunté: “¿En qué forma contar esa historia?”. Y pensé: “En una forma de historia oral, porque las puras historias directas, los puros testimonios narran de una forma intensa, y no hace falta que yo escriba nada”.
Mi trabajo fue ir a buscar y escuchar, y después estructurar las entrevistas de una forma que constituyera un libro que atrapara al lector, y que lo haga, dentro de lo posible, sentir algo de lo que vivieron estas personas.

AR: ¿Qué posibilidades y qué limitaciones le dio ahorrar su voz en el libro? Aparece sólo dos veces muy claramente: en la introducción y cuestionando brevemente al médico que le negó atención a los normalistas en el hospital privado.
JG: La posibilidad de dar el mayor enfoque posible en la voz directa de las personas que estuvieron allí. Sí aparezco dos veces: la primera vez es para decir “esto está hecho a base de entrevistas, de tal fecha a tal fecha, algunos pidieron anonimato o seudónimos, lo cual se ha respetado. Esa es mi manera de ser honesto con los lectores y decir: yo hablé directamente con cada una de esas personas”. O sea, yo no saqué nada de YouTube ni de otras entrevistas que hicieron otros colegas ni de expedientes. Cada texto de aquí implicó que yo estuviera frente a frente con un ser humano, con esas personas, simplemente escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y eso es lo que comparto: el ejercicio de ir y de escuchar.
En el otro momento sí me incluyó, porque me pareció simplemente una escena tan relevante, tan terrible, donde para mí los principales protagonistas son Marcela Turati y el médico; yo estaba en medio, como abrumado, apuntando todo en mi libreta, pero él dijo algo que me hizo enojar tanto que le hice una pregunta que para mí parecía exageradísima, y ya ves la respuesta.


AR: ¿Cuáles fueron las principales dificultades y retos que le planteó esta investigación? Por ejemplo, no era tan fácil ganar la confianza de los entrevistados.
JG: En primer lugar, acercarme a ese epicentro del horror: pisar Iguala, ir a las fosas clandestinas, a Cocula en un momento en que los halcones te seguían a cada cuadra. Allí se respiraba cobardía, horror e impunidad.
Eso sí fue un reto grande que tuve que enfrentar. Posiblemente pueden pasar cosas muy fuertes aquí, pero yo voy a escuchar, a seguir y a acompañar.
Acercarme a los papás fue muy difícil, no porque ellos me pusieran algún tipo de barrera sino que yo los veía en un dolor tan crudo, tan intenso, tan terrible, que en los primeros meses no quise pedirles entrevistas. Dije: “Ahora no, buscan a sus hijos, y cuando quieren comunicar algo a la prensa llaman a una conferencia y hablan. Allí voy a estar yo grabando”.
Ya mucho tiempo después, cuando ya había también más confianza porque me habían visto tanto tiempo, empecé a pedirles entrevistas, y aquí hay algunas. También hay una especie de entrevista con uno de los padres, que es don Mario González; en una ocasión yo estaba parado afuera del Palacio de Justicia del estado, con mi libreta y grabadora en mano, y cuando él salió tan enojado de una reunión con el gobernador y me vio nada más parado allí, se me acercó y empezó a contarme todo. Yo ni le hice preguntas: él traía las ganas y la rabia de contar lo que había sucedido, y yo lo grabé. Al día siguiente lo vi en una marcha, y como ya habíamos tenido ese contacto directo, me atreví a acercarme y decirle: “¿Me puede contar algo más de lo que sucedió ayer?”. Y me volvió a compartir. Esas dos transcripciones están en el libro.
Después de las primeras entrevistas con sobrevivientes, me presenté ante el comité estudiantil, les entregué ejemplos de mi trabajo, libros y textos impresos de crónicas en revistas, y pedí permiso para hacer una reunión con todos los sobrevivientes para poder volver a presentarme ante ellos colectivamente y solicitar las entrevistas, lo cual aceptaron. Organizamos esa reunión, me presenté ante ellos, y la gran mayoría dijo que sí, y empezamos a organizar ya de una forma estructurada las entrevistas uno por uno.


AR: ¿Cómo escogió a sus entrevistados? Además de normalistas y padres de familia, buscó al doctor de la clínica, a empleados del basurero de Cocula y a muchos otros. Pero ¿a las autoridades, al director de la escuela de Ayotzinapa, o incluso a algunos de los inculpados por los hechos?
JG: Entrevisté a varios policías estatales, al director de la escuela de Ayotzinapa, a varios maestros, a regidores y funcionarios de Iguala. Esas entrevistas no las incluí en este libro. Aquí yo quiero enfocar la mirada en las personas que sufrieron los ataques, pero también hay que ser sincero: en las entrevistas, la mayoría de los oficiales me mintieron descaradamente. Sí podría tener un valor periodístico; por ejemplo, tengo a un comandante de la Policía Ministerial parado enfrente de las fosas de La Parota en Iguala, creo que fue el 4 de octubre, diciéndome: “Allí están 17 de los normalistas quemados; los demás ya regresaron a sus casas”. Una mentira bárbara, descarada, evidente; yo hasta le dije: “No puede ser: si ya hubieran regresado sería una noticia mundial”. Me dijo: “Ya vas a ver ahorita que regreses, donde haya señal, que ya regresaron”. Así, con tal descaro, me mintieron.
Eso tiene un valor periodístico, pero aquí no: en este libro no quiero que hablen las mentiras sino las verdades, y son, para mí, lo que vivieron las personas en la calle aquel día.
No es de que no entrevisté a otras personas sino que yo decidí que en este libro van las voces de los sobrevivientes y de las familias con muy pocas excepciones, como el médico, porque dije: “Aquí quiero retratar el horror”. También están las de los trabajadores del basurero porque ellos son personajes clave porque trabajaron ese día y no había nada. Y hay dos documentos que cito brevemente, del Equipo Argentino de Antropología Forense y GIEI, simplemente para darle contexto a lo que era la versión de Cocula.


AR: ¿En qué medida estaban informados los estudiantes de Ayotzinapa de lo que iban a hacer y de la situación? Se comenta que no sabían bien a bien de qué se trataba, se les llamó a la actividad, que era un boteo; por allí alguno menciona que iban a secuestrar autobuses, pero que el Comité se lo guardaba.
También ya habían pasado asuntos graves en Iguala, lo que incluye el asesinato de un líder social, Arturo Hernández, que no tenía mucho tiempo de haber sido cometido. ¿La gente de la Normal no estaba informada de eso, del vínculo del narcotráfico con el gobierno municipal, por ejemplo?
JG: La mayoría de los estudiantes que iban en los dos camiones Estrella de Oro que salieron de la Normal alrededor de las cinco y media de la tarde del día 26 de septiembre eran de primer año; llevaban apenas dos meses allí. En muchos casos, ese viernes había sido su primer día de clases, y muchos de ellos jamás en su vida habían pisado Iguala, no sabían ni quién era el alcalde ni qué relación tenía con el tráfico de drogas ni nada.
Allí se ven dos cosas, que son de la estructura estudiantil: tienen una estructura vertical, tienen comité de lucha y tienen base. El primero decide en asamblea qué se elige, decide qué acciones, manda y la base sigue. Ellos llaman a actividad; muchos, como dice el libro, ni siquiera sabían en qué iba a consistir la actividad. Algunos sabían, pero otros no.
Hubo caos en eso, porque, por ejemplo, ellos no hicieron una lista de quiénes iban; ni el GIEI ni los estudiantes tienen una lista completa, exhaustiva, de quiénes iban en esos dos camiones. Varios estudiantes sobrevivientes llegaron a la Normal la tarde del 27, allí llegaron sus papás y se los llevaron a casa. Muchos regresaron para después estar en todo el proceso de lucha, pero algunos no. Por eso no hay una lista al ciento por ciento completa de quiénes iban en esos dos primeros camiones.
Claro que hubo algo de caos o descontrol en la actividad, pero hay que tener mucho cuidado con que esos jóvenes iban a pensar que los iban a atacar, matar, mutilar y desaparecer.
Algo que ves con los estudiantes de segundo año, que ya tenían algo de práctica, es que todos dicen: “Siempre nos enfrentamos con la policía, es parte de esto. Pero nosotros les gritamos: ‘Somos estudiantes de Ayotzinapa, no traemos armas’, y los policías bajan sus armas, los regañan, les dicen ‘chavos: así no, no pueden hacer esto”, y se van, o, en algunos casos los detuvieron y les dieron un par de golpes. Pero todos dicen: “Nosotros jamás nos imaginamos que iba a suceder una cacería, una matazón y la desaparición forzada masiva”.
Hay que tener mucho cuidado: por un lado hubo caos y desmadre, por decirlo así, lo que ellos mismos cuentan, pero eso no implica, para mí, ninguna responsabilidad en los hechos. ¿Quiénes son responsables? Los policías que los atacaron, y toda la estructura de autoridad que participó en el ataque o que se quedó parada y dejó suceder el ataque.


AR: De lo que ha investigado, la toma de los camiones era una actividad normal, que se hacía año tras año, pero de esto resulta una cacería, como dice. En un testimonio, Édgar Jair dice: “Nosotros sabíamos que no nos podían disparar porque nosotros somos estudiantes”. Un padre recuerda una frase clave: si fueran gente mala no irían desarmados. Entonces, ¿por qué fueron estos ataques? Uno de los estudiantes dice: “A mí me tocó que me dieran un balazo, me fue mejor que a los que desaparecieron”. ¿Por qué ocurrió este ataque tan grave? ¿Por qué no hacer como en Chilpancingo, que los bajaban de los camiones y se los quitaban? ¿Por qué fue tan desmesurada esta acción, que es un escándalo mundial? ¿A qué se debió tanta sevicia?
JG: No tengo ninguna explicación. Quienes saben por qué tanta desmesura, tanta saña son quienes lo hicieron. Hasta el momento solamente tenemos declaraciones de algunos inculpados hechas, al parecer, bajo tortura.
Hay una hipótesis del GIEI: que uno de los camiones que los estudiantes agarraron traía algo, según un cargamento de droga y de dinero en efectivo. Eso lo proponen como una línea de investigación que hay que seguir para poder explicar por qué tanta escalada de violencia, tanta saña, tanta crueldad.
Lo que queda más que claro y lo que se evidencia en este libro es que en esa noche no hubo ninguna confusión: no confundieron a los estudiantes de Ayotzinapa con un grupo rival del crimen organizado. Eso es absurdo, patético, ridículo. Jóvenes pelones, en playera y huarache secuestrando camiones: así no se mueven quienes controlan el negocio multimillonario del trasiego de drogas, como todo el mundo sabe. Uno que vive en esas zonas sabe cómo se mueven esos señores: en patrullas, con armas largas, no se mueven desarmados y con huaraches. Esto es lo que comentaba el papá.
Los hechos muestran verdades: iban desarmados, en huaraches, en camiones porque son estudiantes de Ayotzinapa que querían unos autobuses para sus actividades, para ir a la marcha del dos de octubre y después hacer sus observaciones escolares en la montaña de Guerrero.
Quienes los atacaron, en coordinación con policías municipales, fueron los estatales, federales y hombres armados vestidos de civil. El Ejército observó y dejó suceder, y solamente llegó a la clínica Cristina para regañar a los estudiantes y hablarles de buenas calificaciones. Un joven estaba desangrándose al borde de la muerte, y los soldados estaban hablando de buenas calificaciones.
Sería irresponsable decir el porqué. Ese fue el enfoque de este trabajo: antes de llegar a poder enfrentar la pregunta del porqué, es obligatorio enfrentar primero la pregunta ¿qué sucedió?, porque el Estado nos ha dado una versión que simplemente no corresponde en nada con los hechos, con las experiencias de los sobrevivientes ni con ninguna de las investigaciones independientes serias.
Para llegar al porqué primero tenemos que esclarecer al último detalle el qué; después, cuando haya una verdad completa, podemos preguntarles a los perpetradores, en toda la cadena de mando (no solamente los policías municipales sino los estatales, federales y sus mandos, y los políticos que están vinculados): ¿por qué, cabrones?


AR: Todavía está por desbrozarse el qué pasó, pero de lo que presenta en el libro y del trabajo que hashecho, ¿le encuentras un matiz político a estos hechos? Si se llevaban los camiones no pasaba nada, si se los quitaban no ocurría nada, si venían a la marcha del 2 de octubre tampoco.
JG: La manera en que varios protagonistas de los ataques los identificaron como estudiantes de Ayotzinapa. El joven que recibió el balazo en el brazo cuenta que les decían “pinches ayotzinapos, si traen tantos huevos que se vea”. Entonces sabían exactamente quiénes eran estudiantes de la Normal. Hay un director del hospital de Iguala que le dijo “pinche ayotzinapo, te hubieras muerto”.
Sabían exactamente quiénes eran, entonces también a lo mejor hubo un contenido de clasismo, de rencor social, antimovimiento popular en el ejercicio de esa violencia. Pero eso todavía hay que esclarecerlo: ¿qué motivó ese operativo gigante y atroz de la muerte?


AR: Uno de los más espeluznantes testimonios es el del doctor de la clínica privada Cristina, que llegó y les dijo a los estudiantes que estaba bien que los mataran y que los incineraran. Él se presentó a revisar sus pertenencias, se negó a brindar auxilio, no ayudó ni a llevar al herido al taxi. ¿Qué nos dice eso de la sociedad?
JG: Nos muestra el peligro intenso de dejarnos caer en el discurso oficial que normaliza la violencia. Para ese doctor un acto de romper una ventana, de desangrarse en el piso de su clínica o de agarrar un camión le representa una criminalidad que merece mutilaciones, matanzas, desaparición forzada.
Para él es más normal pensar en una desaparición forzada masiva de jóvenes que en una ventana rota. Eso te habla de una enfermedad social peligrosísima. Yo sí creo que hay un contenido de clasismo y racismo allí: él es un médico de la clase media alta que está hablando de jóvenes de las comunidades más marginadas del país, para quienes la única manera de hacerse escuchar es bloqueando una carretera, la única forma de realizar sus prácticas universitarias es secuestrando un camión porque la escuela no tiene y ellos tampoco tienen presupuesto para trasladarse en camiones de empresas privadas.
Esa escena, para mí, muestra una de las caras profundas de la masacre: ese ser humano y además médico, en su oficina tiene un cuadro de Rembrandt del regreso del hijo pródigo. Imagínate: la imagen del concepto católico del perdón, y él hablando de “sí, masácrenlos”.


AR: ¿Qué nos dice de la cara opuesta, de la solidaridad, por ejemplo, de personas que les permitieron pasar la noche en su casa a algunos estudiantes, en sus patios, en sus techos, hasta esta trabajadora social del Semefo que les dijo que tuvieran ánimo y fuerza para denunciar? Esto en el marco de que había policías y militares que no hicieron mayor esfuerzo para ayudarlos.
JG: Estos destellos de luz son tan importantes para que tampoco caigamos en la desesperación. Es ver que en los momentos más crudos, más peligrosos salieron personas de sus casas a ayudarlos, aunque otras personas no. Una enfermera militar le salvó la vida por segunda vez al joven que recibió el balazo en el brazo porque regresaron por él, y ella mintió y les dijo “sus compañeros ya lo sacaron de aquí, ya no está”. Y fue ella quien le dio atención médica.
Entonces hay momentos que sí son muy importantes para también recordar que en estos contextos tan terribles, en esos momentos de tanto terror, todavía alguien se puede parar frente a esa maquinaria del terror y ser solidario, ser buena persona y ser, simplemente de corazón abierto.


AR: Aquella noche se observó que los cuerpos de seguridad, en el mejor de los casos, no hicieron nada; hubo federales, municipales, estatales, soldados (cuya actuación indolente parece que ya fue ganancia). Pero desde la madrugada del 27 de septiembre llegaron los ministeriales, que son los que empezaron a ayudar a los estudiantes, a recogerlos, e incluso a detener a algunos municipales. ¿Cómo se explica esto?
JG: Sí hay testimonios de la participación de la Policía estatal en dos diferentes escenarios: sobre el Periférico, cuando los 14 estudiantes iban buscando juntarse con sus compañeros sobre la calle Álvarez, los encapsularon varias patrullas (entre 8 y 9) de municipales, estatal y protección civil, y en otro momento el sobreviviente del balazo comentó que él vio policías federales y estatales en la escena del Estrella de Oro.
Pero ahora sabemos, por el segundo informe del GIEI, que la Policía Ministerial tenía la orden de resguardar sus instalaciones. Entonces parece que quien menos participó a nivel masivo fue la Ministerial. Entonces a ellos los podían sacar a hacer este trabajo de recoger a los estudiantes a la luz del día, ya con la prensa presente, y llevarlos al Palacio de Justicia.
¿Qué interpretación darle? Allí está la descripción de los hechos: al parecer la Ministerial fue la que menos participó, y fue la que sacó a los estudiantes.
Obviamente a la Policía de Iguala no la podían llamar a ayudar a los chavos después de que los habían estado masacrando y desapareciendo toda la noche. Entonces los ministeriales eran la única fuerza pública que podían mandar con esa tarea.


AR: Ha habido informes del GIEI, de la CNDH, de la PGR, del Grupo Argentino de Forenses, hay mucho trabajo periodístico sobre lo ocurrido aquella noche. Sin embargo el asunto parece cada vez más embrollado. ¿En qué estado del conocimiento de la verdad de aquellos hechos nos encontramos?
JG: Tenemos mucha información sobre lo que sucedió entre las 21:00 y las 00:30 en las calles de Iguala. Donde hay un sesgo, una ausencia brutal de información, es qué sucedió con los 43 de las 11 de la noche en adelante, cuando los policías se los llevaron en las patrullas de dos diferentes lugares. También tenemos ubicado a Julio César Mondragón corriendo de esta segunda balacera sobre la calle Álvarez, tenemos algunos testimonios de estudiantes escondidos en terrenos baldíos que escucharon gritos de terror y pidiendo ayuda, y después no sabemos qué sucedió con él hasta que fue encontrado su cadáver ya mutilado en tempranas horas de la mañana.
Allí es donde urge seguir con la investigación para conocer la verdad. Tristemente, creo que la estrategia oficial ha sido encubrir y enlodar. Esa confusión que dices yo no creo que sea un accidente sino hecha a propósito, en muchos lugares a través de supuestos periodistas y columnistas que publican con una facilidad tremenda mentira y media sin ningún respaldo, ninguna fuente ni ninguna investigación para decir “fulano es narco, sutano está involucrado con tal grupo del crimen”, o simplemente descalificar al GIEI diciendo que no hizo nada.
Pero quienes no están haciendo nada son esos columnistas, en cuyos textos nunca vas a ver un análisis concreto, un debate sobre hechos. Cuando dice “aquí, en el puente del Chipotle, hay testimonios de la Policía Federal, de estas patrullas”, de eso no discuten. Simplemente quieren tirar lodo y sembrar confusión y mentir como expertos que son.
Eso no quiere decir que no podamos o no tengamos que seguir como periodistas, como sociedad, como humanidad, trabajando para alcanzar la verdad.


AR: Recupera el testimonio de Emiliano Navarrete (es un seudónimo), padre de un estudiante, que hace una pregunta sobre aquella sevicia gigantesca: “¿Por qué existe tanta maldad en el ser humano adulto?”. ¿Qué le respondería?
JG: Esa es la manera en que él lo plantea y me parece que es una pregunta profunda, filosófica, espiritual. No tengo una respuesta definitiva de por qué existe tanta maldad, la que me asombra.
Donde yo intento enfocarme es en qué podemos hacer para, concretamente, combatir esa maldad, ya no en términos filosóficos sino en términos concretos inmediatos. En este caso es: ¿quién hizo qué esa noche?, ¿cuál es la cadena de mando?, ¿quién coordinó ese operativo esa noche?, ¿quiénes han sido los oficiales, los asalariados público del horror que se han encargado de fabricar escenas del crimen falsas y encubrir los hechos de maldad de aquella noche?
¿Cómo te explicas que por 400 años el hombre blanco mantuvo una industria trasatlántica de esclavitud? ¿Te puedes imaginar semejante horror? Sin embargo este horror forma la base de la economía que hoy se conoce como capitalismo, de la construcción de riquezas que hoy siguen en pie.
Pero con lo que nos queremos quedar es con las luchas de los seres humanos que en ningún momento de esos 400 años aceptaron eso como algo bueno o algo normal, que combatieron esa maldad. Hoy en día combatir la maldad que se manifiesta como una supuesta guerra contra el narcotráfico, con la facilidad de decir “en algo andaban”, “era una pelea entre ellos”, “está muchacha salía tarde en la noche vestida así”. Todos esos discursos de la misma muerte que justifica la maldad, eso es lo que hay que combatir. Esa normalización, ese acostumbrarnos al horror y a las estructuras reales, en muchos casos públicas, que realizan y protegen el horror y la maldad.
Este es un esfuerzo para ser, como dice un amigo colombiano, Manuel Rozental, “una puntada en el tejido” de combatir el olvido, de escuchar directamente a los que son los más afectados y de hacer un libro que logra transmitir algo de esa rabia, de esa tristeza y también del espíritu de lucha de los estudiantes, de los padres y las madres que no aceptan el silencio y el olvido, y que van a seguir exigiendo presentación con vida, verdad y justicia.


*Entrevista publicada en Replicante, 11 de octubre de 2016.

martes, noviembre 01, 2016

Iguala: la droga, en el centro. Entrevista con José Reveles


Iguala: la droga, en el centro
Entrevista con José Reveles*
Ariel Ruiz Mondragón
Aún no ha sido completa y claramente  desentrañado lo ocurrido la noche que fue del 26 al 27 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero, cuando estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa Raúl Isidro Burgos acudieron a las inmediaciones de esa ciudad a tomar camiones para poder asistir a la manifestación conmemorativa del 2 de octubre de 1968 en la Ciudad de México.
Como se sabe, aquel día se suscitó una gran violencia contra los jóvenes, que provocó la muerte de seis personas, 25 heridos y 43 normalistas desaparecidos. Con estos hechos estuvieron relacionados cuerpos de seguridad y la delincuencia organizada local.
Sin embargo aún faltan explicaciones acerca de cómo y por qué ocurrieron esos deplorables sucesos, sobre todo con tal sevicia. José Reveles presenta su versión de ello en su libro Échale la culpa a la heroína. De Iguala a Chicago (México, Grijalbo, 2015). Allí el autor revisa el tráfico de drogas en Guerrero. pero también en un contexto más amplio no sólo nacional sino en relación con Estados Unidos, como la pista clave para explicar aquellos acontecimientos.
Reveles, con quien conversamos acerca de ese volumen, cuenta con una trayectoria periodística de más de 40 años; egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, ha sido profesor titular de la Cátedra Miguel Ángel Granados Chapa, de la Universidad Autónoma Metropolitana. Ha laborado en medios como Excélsior, Proceso, Filo Rojo, El Financiero y Variopinto, entre otros. Autor de una decena de libros, en 2001 recibió el Premio Nacional de Periodismo en la categoría de Reportaje.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar hoy un libro como el suyo? Casi al final dice usted que es un intento por explicar tanta saña en aquella noche del 26 de septiembre de 2014.
José Reveles (JR): Exactamente ese es el propósito: dar explicación a esta tragedia, o más bien agresión infame, absurda, con mucha violencia, demasiado “¡párenlos a como dé lugar!” para atacar autobuses llenos de gente (yo le conté 91 balazos a un autobús, y a un taxi 47). Estamos hablando de esa sevicia, de esa crueldad, de ese ánimo de herir y de matar.
Traté de encontrar el por qué llegamos a ese extremo, particularmente en Iguala, Guerrero. Mi conclusión es que es, primero, el producto de políticas permisivas de los gobiernos federales, pero por supuesto también del estatal y los municipales en la medida en que tomaron el poder delincuentes organizados que no esperaron a que hubiera elecciones y luego ir a corromper al funcionario electo, sino que ya se metieron ellos como candidatos y ganaron la elección bajo el cobijo de una sigla supuestamente de izquierda: la del PRD.
Eso requiere una explicación; la busqué y me encontré con antecedentes que indican cómo tres gobiernos federales permitieron que México sea el superproductor de mariguana y de opiáceos. Eso tendría que ser criticado porque, finalmente, estamos entregados a la delincuencia; pero, además, en medio de esta falsedad entre el propósito declarado de la guerra contra las drogas y los resultados no sólo nulos sino de incremento de su producción hay 150 mil muertos y decenas de miles de desaparecidos, así como un millón y medio de desplazados, que no tienen por qué pagar el pato por esto que se diseñó desde las alturas.
Yo sostengo que eso se decidió desde Washington; como decían cuando nos daban clases de internacionalismo y globalización, cada país tiene que jugar un rol en el mundo, y el papel que nos tocó a nosotros es ser central de abastos de drogas de Estados Unidos.
Menciono a tres gobiernos federales: los de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, pero podemos irnos más atrás, desde Ernesto Zedillo. Lo hago porque fue Fox quien decidió ya no fumigar plantíos desde el aire, pero todos los gobiernos mexicanos, desde hace mucho tiempo, son perfectamente sumisos, carentes de una noción de soberanía, de autonomía como Estado, y, por tanto, siguen los lineamientos que dicta la gran potencia mundial consumidora de drogas.

AR: Usted habla de que Fox, a unos días de dejar el poder, decidió que se acabara con la fumigación de cultivos ilícitos, especialmente de la amapola. Pero si algún país ha impulsado la guerra ha sido Estados Unidos. ¿Por qué los norteamericanos permitieron esa situación?, ¿cuál era su conveniencia?
JR: Esa aparente flagrante contradicción tiene que ver con el interés también de la venta de armas y de una política represiva que primero tuvo como sus destinatarios, sobre todo, a los subversivos y a los opositores en los años setenta. Es curioso cómo la Operación Cóndor —como se llamó a la fumigación del Triángulo Dorado mexicano formado por Sinaloa, Chihuahua y Durango— fue llamada igual que aquella otra injerencia de Estados Unidos en los gobiernos militaristas del sur del continente, en donde el gobierno chileno podía perseguir, apresar, matar o desaparecer a alguien en Uruguay, o el argentino podía hacerlo en cualquiera de los otros países de esa región. A lo que voy: fue una falta de imaginación pero así se armaron las dos operaciones y fueron casi simultáneas.
Hubo Operación Cóndor en el Pacífico, pero se hizo bajo la égida y el mandato impositivo de Estados Unidos, que fue el que nos enseñó y que nos ayudó; ahora estamos bajo la Iniciativa Mérida, porque finalmente a ese país le gusta que las guerras contra el tráfico de drogas se libren fuera de sus fronteras. Yo lo he dicho con esa frase: ellos ponen las narices, la boca y los pulmones, y nosotros ponemos los muertos. Así de sencillo.
El prohibicionismo de las drogas (eso no lo menciono en el libro porque se iba a hacer muy largo) en Estados Unidos se dio enseguida de la Ley Seca. Ellos lo inventaron: fue Harry Anslinger, con métodos muy parecidos a los de la propaganda nazi —él era profascista—, y terminó criminalizando particularmente el consumo de heroína, pero empezó con la mariguana: decía que ésta volvía loca a la gente, lo cual es absolutamente falso. Está demostrado, hasta hoy, que eso no sólo era mentira sino que puede tener muy eficientes efectos curativos y medicinales.
Anslinger metía esas notas a la prensa más amarillista para generar un ambiente de zozobra frente a los adictos. Persiguió a más de 20 mil médicos, que atendían en consultorios, hospitales, clínicas y dispensarios, por el solo hecho de que le daban ayuda a los heroinómanos y a los mariguanos.
¿Cuál fue el efecto de esa política? Que si costaba 3, 4 o 5 centavos de dólar ponerse una inyección en estas clínicas, en cuanto fueron perseguidos los médicos los adictos quedaron al garete y cayeron en manos de las mafias, que les cobraban la dosis a un dólar. Es decir, el negocio de los mismos que fabricaban y contrabandeaban alcohol y que vendían drogas fue elevado por el prohibicionismo porque lo clandestino cuesta más.
Pero Estados Unidos ahora está marchando, lentamente, hacia la despenalización de las drogas, aunque siguen manteniendo la misma política hacia nosotros. Por eso, repito, México no es autónomo; si lo fuera ya estaría ahora en ese círculo, pero apenas la Corte discutió eso hace poco.
Es muy importante que la heroína esté en el centro de este debate y de esta violencia porque hacia allá están volteando los adictos estadounidenses. Está demostrado, como lo dicen el propio Obama y estudios de Inside Crime, el crecimiento exponencial de los drogadictos que requieren heroína. ¿Quién se las da? México, porque Colombia ya no lo hace y el triángulo asiático está muy lejos y cuesta muy caro. Afganistán produce muchísima, pero se la vende a Europa, a China, a Rusia, etcétera. Entonces México está con esa vocación natural geopolítica (por ubicación geográfica y sujeción política) y, además, las autoridades internas han permitido que se expanda esta producción de cultivos.

AR: Comenta en el libro que, cuando estaba en edición, usted iba sobre el asunto del tráfico de heroína, una hipótesis después confirmada por el Grupo Interdiscliplinario de Expertos Independientes (GIEI). ¿Usted cómo llegó a esta tesis? Los expertos ubican este asunto en el quinto camión ignorado por la PGR.
JR: Lo que pasa es que yo conozco el tema del tráfico de drogas, de los Guerreros Unidos y los Rojos, las derivaciones de los Beltrán Leyva; además, varios sitios, como El Universal y SDP Noticias, empezaron a publicar que aparentemente había una carga en uno de los autobuses que se robaron los muchachos. Yo empecé a buscar información, y descubrí que estábamos en el centro neurálgico de la producción de heroína de toda América.
Iguala y sus alrededores, en Guerrero, desplazaron también a la producción que se atacó en los años setenta en el Triángulo dorado, que es del Chapo Guzmán (pero Guerrero es también del Chapo, ojo; me faltó decirlo con más énfasis pero te lo digo: es de él y del Cártel de Jalisco Nueva Generación, que originalmente nació de los Beltrán, quienes estaban confrontados con Guzmán Loera). Pero con el pasar de los años los grupos se fueron reconformando y lo que fue odio se convirtió en alianzas y al revés hasta entre familias. Por ejemplo, es obvio que el Chapo y su gente mataron a Rodolfo Carrillo Fuentes en 2004, lo que provocó una pelea con el Cártel de Juárez; pero con el tiempo se recompusieron esas heridas y volvieron a ser socios porque el Mayo Zambada es compadre de Vicente Carrillo.
Se dan esos compadrazgos y lazos familiares: el Chapo mismo era pariente del Mochomo, Alfredo Beltrán Leyva. Pero así se manejan el narco y los negocios, por lo que no importa si mataron al hijo o al hermano y se vuelven a juntar. Esa es un poco la razón por la cual la influencia de Sinaloa sí está en Guerrero: le está conviniendo más producir droga en Guerrero que en Sinaloa.

AR: Justamente los hermanos de la esposa de José Luis Abarca estaban metidos con los Beltrán Leyva.
JR: Sus dos hermanos, tanto el MP como el Borrado, como eran apodados, eran manejadores de dinero, pagadores y lavadores de Arturo Beltrán Leyva.

AR: Su principal explicación de aquella cruel noche fue que se trató de protección al tráfico de drogas. Al respecto, ¿qué nos dejó ver este gran crimen?
JR: Allí se juntan dos asuntos que aparentemente son evidentes pero que estaban ocultos: uno, el de los desaparecidos, que para mí es el pendiente de este país porque los pobres familiares siguen durante años en este viacrucis en la búsqueda de los suyos, vivos o muertos, y cada vez que hay fosas clandestinas acuden, sin encontrar a sus familiares, ni consuelo ni justicia. Eso se destapó con la desaparición de los 43 muchachos normalistas; aunque el tema lo tenemos como en el subconsciente, en la información, en la protesta, pero no fue tan evidente y tan fuerte hasta que se dio este caso que cimbró a todo el mundo.
El otro es que el tema de la heroína también estaba oculto; no se sabe, por ejemplo, por qué Vicente Fox decidió ya no fumigar los plantíos porque nunca lo explicó, lo cual, además, les pasó de noche a los medios y a la opinión pública. Yo estoy muy enterado de eso porque a mí recurrieron los pilotos que hacían ese trabajo: yo los acompañé a la Cámara de Diputados, tuve los documentos y ahora los rescaté (yo publico, por ejemplo, cartas que ellos le escribieron al procurador Eduardo Medina Mora y al propio Fox). Ellos lo advirtieron de mil maneras y no pasó nada, solo estuvieron dos años cobrando sin trabajar; además, fue muy irregular su despido y la eliminación de dos direcciones: la de Servicios Aéreos y la de Erradicación, que dependían de la PGR.
La orden fue de Fox, pero la obedeció dos semanas después Felipe Calderón: en diciembre le pasaron 108 aeronaves de la PGR, del procurador Medina Mora, al Ejército, y fue Guillermo Galván Galván, secretario de la Defensa, quien las recibió. Esto pasó de noche ante la opinión pública, como si no hubiera ocurrido. Tal vez era la falta de transparencia, el ocultar alguna intención doble, lo cual también fue destapado por el caso de los muchachos en Iguala.
Entonces para mí esos son los dos descubrimientos.
El caso, que es una terrible tragedia y un aliciente para muchas luchas y protestas sociales, se junta con otras atrocidades que han ocurrido en tiempos recientes. Es una bandera, pues.

AR: Me parece desmesurada tanta saña aquella noche: ¿no bastaba con bajar a los jóvenes de los autobuses y recuperarlos? Un poco como se hizo con el quinto autobús: los bajaron y pudieron huir.
JR: En este caso lo hicieron de esa manera y no se animaron a dispararles. Ese momento de vacilación lo aprovecharon los muchachos para caminar para atrás e irse corriendo. Pero los que iban por el centro iban encerrados y les atravesaron las patrullas, llegaron con piedras y la violencia fue in crescendo. Pero además los chavos ya estaban criminalizados desde antes: les dicen “los pinches ayotzinapos” y “ayotzivándalos”, por ejemplo.
Además los venían monitoreando y ya lo sabían todos los halcones, los sicarios, los policías y el Ejército. Estaban entrando a un campo minado, lo que ellos no se imaginaban; incluso, cuando los bajaron del autobús, creyeron que los llevaban al Ministerio Público. Pero ya nunca aparecieron 43.
Creo que fue una suma de circunstancias desgraciadas la que llevó a esto, pero necesitó haber un caldo de cultivo de impunidad, de corrupción y de violencia, de dominio territorial de la delincuencia, del cogobierno delincuentes-autoridades elegidas en las urnas, que éstas fueran del mismo partido que apoyó también la candidatura de Ángel Aguirre. Además está el antecedente del regalo del terreno del Ejército para el centro comercial de José Luis Abarca. Es decir, todo el contexto estaba dado para que no hubiera una mente racional que dijera “vamos a hacer las cosas de otra manera: vamos a controlarlos a base de toletazos”, o qué sé yo.
Pero nadie los sacó del lugar y por eso hay que buscar la explicación, y yo la encontraba justamente en que se estaban llevando una droga que iba a andar paseando por todo el país, porque ellos iban a ir a la Costa Chica, a Morelos y luego a Tlatelolco y de vuelta a Ayotzinapa. En ese trayecto se podía perder la droga, y si vale millones, ¿cómo lo iban a permitir? Por eso a mí me pareció una hipótesis bastante razonable y lógica para este ataque: no tiene otra explicación.
La circunstancia fue que los atacaron cuando los estudiantes ya se iban. Todos sabemos ahora que eran monitoreados desde las siete de la noche, desde que fueron a Chilpancingo, en donde no pudieron tomar los autobuses. Todo ese tiempo, cuando estuvieron en Huitzuco, en las afueras de Iguala, fueron perfectamente monitoreados. Todos lo sabían, incluso los malos de Iguala, y eso como que les caldeó el ánimo. Pero también estaba la previa impunidad: encontraron en fosas más de 105 cadáveres, que no eran de los muchachos de Ayotzinapa.
¿Qué diablos estaba pasando en Iguala? Después han ido a destapar más fosas en El Carrizalillo, en Casimiro Castillo, y no solo eso: al alcalde de Cocula lo encontraron con el hermano de Sidronio Casarrubias, líder de los Guerreros Unidos. Y no ha pasado nada: siguen igual la violencia y la impunidad porque nunca hay resultados plausibles.
Estamos hablando de que si ya tienen desde hace más de un año detenidos a los líderes de la banda, pues ya deberían saber lo que pasó; no inventar sino saber lo que pasó, porque en los expedientes, en las actas ministeriales hay cuando menos cuatro posibles lugares donde habrían sido liquidados los muchachos: uno es el basurero, otro es Lomas de Coyote, en una casa de seguridad, uno más es Pueblo Viejo y otro es un predio cercano al autolavado Los Peques. Los cuatro están mencionados en el expediente y los citan los expertos. Hay un caso clarísimo, del Chucky, el Mike y varios que dicen que subieron a 17 y “los matamos”, e incluso dan el pormenor de cómo y quién lo hizo. ¿Puede ser mentira? Por supuesto, porque esa es otra parte: el expediente, las actas, son un cochinero. Como muchas averiguaciones que he conocido, como las de Florence Cassez e Israel Vallarta, también es un cochinero la investigación de lo que pasó en Iguala, porque hay demasiadas contradicciones dichas por actores muy similares. Luego descubrieron los expertos que 77 de los detenidos (es decir, las casi tres cuartas partes de los 110 detenidos) tienen torturas que son similares, y pidieron que se les hiciera el Protocolo de Estambul.
Lo anterior, ¿qué nos está diciendo? Que se hizo un expediente a base de tortura. ¿Quién lo hizo? Inicialmente los gobiernos perredistas de Iguala y de Guerrero, y en segundo término la PGR, que ya agarró el caso muy contaminado pero tampoco ha ayudado a desbrozarlo. Es una maraña que a ver cuándo la desenredan. La mejor manera de que una investigación no llegue a un buen fin es ensuciarla, de entrada: enreda al principio, y de aquí a que vuelven a rehacer… Tendrían que volver al principio porque hay muchísima falsedad en las declaraciones.

AR: Usted reproduce algunas en el libro, como las de los policías.
JR: Hay un testimonio de los que presentó Murillo Karam en video, cuando a un acusado no le daban las cuentas de los muchachos que llevaban en los vehículos, le faltaban 15, y dijo: “Ah, no, a los últimos los bajamos caminando”. ¡Tú no te imaginas a los muchachos caminando en el basurero! Eran jóvenes, tenían adrenalina, estaban viendo que los iban a matar, que era una masacre en el basurero. Pero esa violencia no aparece en la narrativa, y esos muchachos no son sino mansos corderitos. ¿A quién le cuentan eso? No puede ser.

AR: Usted hace una anotación importante: el gobierno ha dividido este proceso cuando menos en 13 causas que se están llevando en seis juzgados. ¿Cuáles son los problemas que esto trae para que se haga justicia?
JR: Los presos también han sido divididos. Imagínate, para empezar, el aislamiento de los inculpados: ¿quién los va a estar visitando hasta muy lejos, además de que la defensa les sale carísima? Unos procesos se llevan en Tamaulipas, otros en Veracruz, unos más en Toluca, otros en Tepic, y allí están los inculpados en la cárcel.
Toda esta dispersión también parece a propósito para no poder mantener una visión de conjunto del expediente. A mí me lo hizo ver mucho Sayuri Herrera, la abogada de Julio César Mondragón, quien dice: “No puedes andar viendo todo el expediente porque está en chino: tienes que andar recabando información en muchos juzgados”. Por ejemplo, el caso de Mondragón está en cuatro cauces.
Incluso tuve una aparente diferencia con los expertos: yo decía sobre el caso Mondragón, cuyo rostro fue mutilado: “Una necropsia dice que fue fauna nociva, pero hay otra que dice que es un corte perfecto”, y dijeron “esa no la conocemos”. Yo chequé mis papeles y, en efecto, son dos cosas diferentes, pero a veces, con la lectura, también te enredas porque son demasiados datos. Yo leí muchos meses, y este libro es producto de una lectura minuciosa de todos los expedientes.

AR: Hay un asunto sobre el que se ha preguntado mucho: ¿por qué fueron a Iguala los normalistas? ¿Ellos desconocían la situación del narcotráfico en el estado, especialmente en Iguala?
JR: Sí desconocían estos datos macro…

AR: Porque hay algunos datos, como el del asesinato de Arturo Hernández, líder de la Unión Popular de Iguala, después de una disputa con el matrimonio Abarca. Eso seguramente sí lo sabían.
JR: Pero no pienses que los muchachos estaban informados; yo tengo alumnos de séptimo trimestre de periodismo y no están informados. A lo que me refiero es que ellos no iban a entrar a Iguala, para empezar. Tal vez a mí me faltó ponerle ese acento, pero eso es absolutamente cierto: no iban a entrar a Iguala, pero lo hicieron porque en la orilla de la carretera tomaron un Costa Line, y él les dijo que los iba a acompañar a Ayotzinapa y a estar con ellos varios días, porque así es el estilo, pero también les dijo “nomás denme chance de bajar el pasaje”. Entonces se metió hasta la terminal, hasta el andén, y le preguntaron: “¿Por qué te metes hasta el andén”, “No hay problema, ahorita nos vamos”, dijo él. Entonces los 10 muchachos se bajaron y se volvieron a subir al autobús porque tenían la confianza de que se iban a ir. Entonces el chofer, mañosamente, les cerró la puerta, se fue y se perdió. Los normalistas se desesperaron, rompieron los cristales pero no se pudieron llevar el camión porque no volvieron a encontrar al chofer. En mi libro sugiero que ese podría ser el camión cargado con droga, si no ¿por qué esa osadía de un chofer de enfrentarse con 10 muchachos que lo podrían haber madreado? Además, estaba otro chofer que también se opuso, que dijo haber llegado a las seis y media a la terminal, y que le tocaba irse hasta el otro día. Eran 13 o 14 horas en la terminal, ni mandado a hacer; pero no sólo eso: él cuenta que se bajó, se fue a tomar un café, anduvo en las oficinas, y a las nueve de la noche se acordó “ay, dejé las llaves en el switch”, y entonces fue al autobús a recoger sus llaves, y cuando iba bajando fue cuando entraron los muchachos que venían al auxilio de los del otro autobús.
¿En qué cabeza cabe que un chofer deje las llaves del autobús dentro de éste? No me parece. Entonces yo sospeché que ese autobús podría haber sido el clave…

AR: ¿Es el quinto autobús, el Estrella Roja?
JR: No; éste era un Costa Line, como en el que los encerraron. En la declaración de este chofer él explicó que les dijo a los estudiantes “no traigo las llaves”, pero que casi lo voltearon de cabeza, le sacaron las llaves y no lo dejaron manejar.
Los expertos hablan del quinto autobús; yo a éste solamente lo detecto que no está, pienso que la libró. Desde el principio sé que son cinco autobuses, no sé por qué dicen que se dijo que cuatro, allí hay una discusión tonta. Pero iban en dos autobuses y tomaron otros tres, y uno, el Estrella Roja, a mí se me perdió: dije “salió por el Periférico, pero ¿dónde está?”. Yo tengo los peritajes de los vehículos, y no está ese autobús, lo que es una deficiencia de la investigación. Aunque no le hayan metido un balazo o no le hayan roto el parabrisas, aunque no le pasó nada al quinto autobús, debían haberlo analizado porque tiene huellas de los muchachos, ver si hubo violencia adentro, restos de sangre, etcétera. Pero simplemente decidieron que no lo iban a analizar.

AR: Pero la Fiscalía de Guerrero dice que sí lo reportó.
JR: Sí, lo metieron al corralón; lo que pasó es que dicen los expertos que no aparece en el informe de la PGR, pero el autobús sí estaba, y cuando ellos lo pidieron para examinarlo les trajeron uno que no era, según dicen ellos, o que ellos no ubican como el que tienen en el video de la terminal. Allí el alegato de la empresa es que sí es, lo que pasa es que tiene calcomanías diferentes porque ya fue verificado o recibió algún permiso, que le cambiaron los asientos y todo lo demás. Yo lo digo de todos los autobuses: destruyeron evidencias en el momento en que regresaron los autobuses, los arreglaron porque traían balazos, y ya están circulando. Yo tomo un autobús de Iguala a Acapulco y no me entero de que era de los baleados.
Lo que quiero decir es que no hay cadena de custodia, que en México no se respeta.
Los muchachos no iban a entrar a Iguala; se quedaban afuera a botear y a tomar allí mismo los camiones. Además no se confrontaron con nadie; venían de Chilpancingo, donde la Policía tenía vigilada la terminal y no los dejó hacer nada. Iban a cumplir un acuerdo de asamblea de las normales: que se tenían que apoderar de 25 camiones por lo menos, y no lo lograron. Tan esto es una costumbre que, después de esa tragedia, los muchachos de Michoacán tomaron autobuses. Es lo normal, y no creas que porque ya pasó esto ya no se toman autobuses. Me da mucha risa lo que declaran tanto el gobernador de Oaxaca como el de Michoacán: “No vamos a permitir que tomen autobuses”. Siempre los han tomado; es más, hay una especie de acuerdo tácito con los permisionarios, que asumen que es parte de su pérdida y punto.

AR: Ayotzinapa tiene una tradición de lucha, de izquierda. En ese sentido, ¿usted encuentra algún motivo ideológico en estos hechos?
JR: Yo no lo encuentro. Bueno, hay una criminalización ideológica: a los de Atoyzinapa los consideran vándalos, o que se están preparando para ser subversivos, guerrilleros, que van a ser alborotadores en sus comunidades o a donde vayan. Entonces muchos dicen: “Ah, estos pinches estudiantes son izquierdosos y molestos”. Es la mentalidad de un policía y de un delincuente pues los detestan, para empezar. Los estudiantes llegan con una mentalidad que venera, hasta subconscientemente, el solo hecho de que en la normales rurales estudiaron Lucio Cabañas y Genaro Vázquez.
Hay una especie de culto civil a esas figuras, y los muchachos reciben instrucción y leen mucho de análisis político. Llegan a esa escuela como ajenos, ignorantes, pobres, pero allí los preparan bien. Luego, tienen una especie de autogobierno y tiene comités para todo. En un reportaje muy bueno en Emeequis dicen cómo en primer año los explotan, los ponen a trabajar, a recoger la basura, a sembrar, a cosechar; son como los esclavos de los de segundo, tercero y cuarto. Así dibujan el tema.
Finalmente, los chavos provienen de comunidades muy pobres, donde hay muchas carencias y muy fácilmente se radicalizan o se concientizan de varios asuntos, están en un caldo de cultivo para eso. Pero no creo que en lo de Iguala haya habido ninguna carga ideológica; para mí es una carga delincuencial, defensora de las drogas.

AR: Otro asunto que se ha discutido mucho, en lo que participó incluso el secretario de la Defensa Nacional: ¿cuál fue el papel del Ejército en aquella noche? Usted dice que los militares estuvieron todo el tiempo en control de la ciudad.
JR: Yo puedo hablar desde la historia incluso, y de cómo el Ejército tiene el dominio sobre Guerrero dese hace más de medio siglo. No es posible imaginar siquiera que estuviera ausente de la información de lo que estaba ocurriendo. Ahora, con el tiempo, han ido saliendo evidencias de que lo sabían por lo menos sus halcones (porque el Ejército tiene los propios, a los que llamo “grupos de información de zona”, los gices, quienes andan de civil y dominan todo Iguala, como cualquier otro lugar del país; el general Gallardo me dijo, cuando hablamos de ellos, que había unos tres mil en todo el país que hacen labores de vigilancia). Pero además los expertos descubrieron que hubo dos momentos en los que el C4 estuvo en manos del Ejército solamente. Eso ya es más que evidente: ¿por qué el Ejército va a tener el mando del C4, que se supone que es de la Policía? Según la ley todas las autoridades participan en el C4: Ejército, Marina, Policía Federal, Policía estatal y Policía local.
Entonces no es posible que el Ejército no estuviera informado; pero, además, sí se informó a partir de que fue al hospital donde estaban los muchachos, y era para que los hubiera protegido. Pero lo dijo Murillo Karam, “qué bueno que no se enteró porque hubiera sido peor”. Imagínate: hubieran matado o desaparecido a más. Como autoridad no puedes decir eso.


*Entrevista publicada en Replicante, 26 de septiembre de 2016.