lunes, diciembre 17, 2012

En busca de una izquierda decente. Entrevista con Julio Patán




En busca de una izquierda decente
Entrevista con Julio Patán*
por Ariel Ruiz Mondragón
La democratización de nuestro país ha tenido un actor fundamental en ese vasto conglomerado ideológico variado y hasta contradictorio que conocemos bajo el concepto de izquierda. Ella ha pasado desde las catacumbas hasta casi alcanzar la Presidencia de la República, lo que ha sido fruto de la persistencia de su acción.
Tal vez el momento en que la izquierda multiplicó su presencia y su relevancia en el escenario político nacional fueron las elecciones de 1988, de las que derivó su más importante organización partidista, el Partido de la Revolución Democrática (PRD), el que resulta esencial para conocer el desarrollo político del país.
Justamente es el periodo que empieza a partir de aquel año y hasta la actualidad el que aborda Julio Patán para realizar una provocadora y crítica crónica sobre la labor que ha desempeñado la siniestra nacional, y que es materia de su más reciente libro, El libro negro de la izquierda mexicana (México, Temas de hoy, 2012), relato de los episodios más oscuros de esa tendencia ideológica.
Sobre los temas que aborda en ese libro Replicante charló con Patán (Distrito Federal, 1968), quien es escritor y conductor de televisión; autor de tres libros, actualmente colabora en Canal 22 y en Foro TV.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy publicar este libro, esta diatriba sobre la izquierda mexicana? Por supuesto, el título nos recuerda El libro negro del comunismo, editado por Stéphane Courtois; pero al principio adviertes que la trayectoria de la izquierda nacional ha sido positiva.
Julio Patán (JP): Cuando hacemos libros políticos en México, donde tenemos una cultura del “sospechosismo” muy arraigada, siempre suponemos que hay una línea, un interés oculto, una conjura o no sé qué cosa detrás del libro. Por supuesto, no es cierto en mi caso y creo que en prácticamente ninguno. Los libros tienen un origen estrictamente personal, y en el fondo están diciendo algo sobre la vida de sus autores, de una u otra manera. Se decía que todos los libros son autobiográficos; bueno, no es cierto, pero tienen algún resorte autobiográfico.
Yo vengo de un contexto totalmente de izquierda: vengo de una familia de exiliados españoles, me eduqué en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (que no es propiamente un enclave conservador, estaremos de acuerdo), y antes en una escuela del exilio español que es el Instituto Luis Vives. Mis amistades vienen de la izquierda. Yo trabajé con Alejandro Aura en el Instituto de Cultura de la Ciudad de México durante el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas.
Ese es mi mundo. A título personal, me he ido alejando de ciertas posiciones de izquierda más o menos gradualmente desde hace algunos años. Creo, sin embargo, que México merece una opción de izquierda decente, moderna, democrática, viable; no sólo la merece: la necesita. Creo que ya es momento de que la izquierda gobierne a México y se le dé esa oportunidad, pero una izquierda que no es la izquierda que ahora tenemos electoralmente.
Con las notables excepciones de algunas figuras extraordinarias, a mí me parece que Andrés Manuel López Obrador y el Movimiento de Regeneración Nacional (ya la palabra “regeneración” es incómoda) representan un terrible conservadurismo de izquierda, una idea disimulada, matizada y lo que tú quieras, pero todavía muy arraigadamente maniquea de las relaciones sociales (pobres-buenos, ricos-malos, etcétera) y económicamente se me hace inviable, ya que me parece un galimatías el proyecto económico de López Obrador.
Entonces, creo que no tenemos una opción de izquierda decente.
Este libro, como un ajuste de cuentas personal por una izquierda que no se ha cuestionado debidamente a sí misma, podría haber salido en cualquier momento. Pero me parece que es bueno que salga ahora no sólo por razones comerciales (porque también los libros son un negocio y no hay que tener miedo de decirlo) sino por razones de la discusión pública. Si priva tanto desencanto en el elector mexicano como todos sabemos que hay; si hay tanta propensión a decir “voy a votar por el menos peor”, y si hay una voluntad creciente de decir que el menos peor es López Obrador y de votar por él, bueno, por lo menos hagámoslo, pienso yo, con una base de información y de reflexión profunda.
No te voy a decir que eso lo vaya a producir mi libro, para nada, además de que no soy el primero que discute estas cosas: allí están Enrique Krauze, Luis González de Alba, Roger Bartra y podríamos continuar con la lista (el propio Octavio Paz, de alguna manera). Pero ojalá contribuyera un poquito a eso, nada más a que nos esforcemos en documentarnos un poco, y ver quién está allí, porque el menos peor lo es con René Bejarano y con Manuel Bartlett (que fue el que creó el fraude del 88, según ellos mismos), entre otros de una lista.
Entonces, me parece que debemos llegar a votar por lo menos recordando esto.

AR: Dices que el libro es un análisis de conciencia de la izquierda, mismo que ha faltado. ¿A qué atribuyes este fenómeno de falta de autocrítica? Esto también ha ocurrido entre los intelectuales, lo que da lugar a la “traición de los clérigos” según Julien Benda, como recuerdas.
JP: Desde luego que ha habido muchísimas excepciones; otra vez, sólo para limitarnos a México, hay que hablar de Luis González de Alba, Roger Bartra y otros casos. Pero, en efecto, falta crítica sobre todo a escala política. Yo creo que tiene que ver con que la izquierda en México no se ha terminado de liberar de sus atavismos políticos. La izquierda, todavía en los años ochenta, estaba habitualmente muy convencida de que la vía del acceso al poder era la revolución, o que podía serlo. Optó por la vía pacífica, pero aquella idea todavía perduraba; era una izquierda que veía con ojos más o menos buenos a la revolución cubana, a la sandinista, que todavía se permitía quemar la efigie de Octavio Paz por criticar a Daniel Ortega, y no he oído que ofrezcan disculpas por eso (a propósito: ahora hemos visto lo que es Ortega).
En resumen, creo que es una izquierda que todavía en el disco duro mantiene una fe marxista-leninista, una idea de guerra santa, de fin de los tiempos, de triunfo del proletariado como inevitabilidad histórica por las leyes de la historia, etcétera. Perdura el romanticismo revolucionario de la vieja izquierda por allí. Por ejemplo, es revelador que Rosario Robles, que es una mujer democrática, que con todos sus defectos hizo una muy buena gestión en el gobierno de la Ciudad de México, le haya dado las llaves de la ciudad a Fidel Castro, lo que es particularmente significativo. Es grave, quizá sólo desde el punto de vista simbólico, pero es altamente significativo, creo yo.
¿A qué voy, para cerrar la idea? Cuando tú piensas que tu misión es salvar a la humanidad, instaurar el reino de los pobres en la Tierra, el paraíso proletario o, dicho de otra manera, cuando piensas que tienes la verdad, piensas que ésta no se discute y que lo demás son matices. Esto tiene que ver mucho con atavismos ideológicos y con que no haya habido un análisis de conciencia. También influye, digamos, el pragmatismo político, es decir, esta idea de que nunca debes reconocer tus fallas públicamente. Es la idea muy soviética de que no puedes darle armas al enemigo.
Todavía, hace poco Elena Poniatowska, que puede ser una mujer tremendamente lúcida, decía que no iba a expresar sus críticas hacia López Obrador porque no era el momento. Bueno, llevamos demasiadas décadas diciendo que no es el momento.
En resumen: yo creo que ya es el momento de ventilar las críticas, de discutirlas, de entender sus orígenes, y a partir de eso tomar todas las decisiones que queramos. Pero yo creo que con el mismo filtro crítico a que se somete a la derecha o al PRI, con plena razón, se debe se someter a la izquierda.
Esa es mi idea.

AR: Otro aspecto que se deja ver en el libro es el coctel ideológico que hay en la izquierda: hay nacionalismo revolucionario, particularismos indigenistas, la aspiración revolucionaria y cuestionamientos a la legalidad. Al final mencionas el tema del aborto, sobre el que López Obrador ha respondido que va a hacer una consulta. ¿Dónde está situada ideológicamente la izquierda?
JP: En el caso de Andrés Manuel, creo que es más universalmente aceptado que tiene muchas pulsiones conservadoras. Cuando el PRI o el PAN dicen que van a someter a consulta pública el tema del aborto, sea a escala local o nacional, la izquierda se jala los pelos porque dice: “Una consulta la vamos a perder; México es una sociedad conservadora”. Me intriga que no suceda lo mismo cuando lo dice López Obrador, pues no apoyó la reforma a la ley para despenalizar el aborto; esto lo dice Rosario Robles en su libro con toda claridad. Tuvimos que esperar a que llegaran Marcelo Ebrard y su equipo, así como una nueva representación en la Asamblea Legislativa para que sucediera, lo que implicó, además, una confrontación. A propósito: Ebrard demostró mucho más instinto político que López Obrador porque en la ciudad no pasó nada y porque aquí demostramos que la ciudadanía es mucho más tolerante (no me gusta mucho la palabra) de lo que suponemos, creo yo.
Efectivamente, hay una esencia conservadora en López Obrador, que es lo que a mí me lleva a preguntarles a mis amigos ¿dónde está su progresismo? Yo también puedo decir que, por el bien de todos, primero los pobres, no es muy difícil: también lo dijeron Franco y Pinochet. Es decir, no es privativo de la izquierda tener ese tipo de discursos: nadie desatiende a los pobres; más bien, nadie se permite decir que desatiende a los pobres.
¿Dónde están las propuestas de López Obrador sobre matrimonios del mismo sexo y sobre la despenalización de las drogas? O las pasa por encima, o les saca la vuelta. Bueno, este tipo de planteamientos está en el corazón de las izquierdas modernas: es lo que vemos en las europeas, en Chile, en Brasil, incluso en ciertos sectores del Partido Demócrata norteamericano.
Creo que en la lucha por el mercado de izquierda más o menos dura, durante los años noventa y principios del nuevo siglo se enfrentaron dos conservadores: el subcomandante Marcos y López Obrador. Andrés Manuel, con una retórica muchas veces muy cercana al echeverrismo, y yo creo que efectivamente se roza con planteamientos populistas. Yo no creo que él vaya a ser una especie de Hugo Chávez o algo así, no creo que esté en esas posiciones, pero hay ciertas afinidades espirituales (vamos a llamarles así) entre uno y otro. Bueno, ese es el populismo latinoamericano contra el subcomandante Marcos, que es un conservador de izquierda en el sentido más estricto (o lo fue, no sé en qué esté en este momento), un leninista que todavía a finales del año 1993 decía que las columnas guerrilleras iban a llegar a la Ciudad de México, y un indigenista (y, perdón, el indigenismo es una forma lamentable de conservadurismo que se roza, a veces, casi con el racismo). Una cosa es discutir de nuevo las terribles carencias de las poblaciones indígenas de México, que son lamentables, imperdonables, y otra cosa es esta especie de utopismo proyectado hacia el pasado que nos hace creer que hubo sociedades perfectas hasta que llegaron los hombres blancos malos a desbaratarlas. No existieron las sociedades perfectas, lo que es un poco Rousseau con el “buen salvaje”; pero eso no existió, es propio de antropólogos y de mesías revolucionarios.
Entonces, a mí me pareció muy inquietante que digamos: “En el round por el público de izquierda se enfrentaron dos conservadores”. Y acabó ganando López Obrador, por supuesto.
Eso me parece terriblemente grave. Pero quiero pensar que, a pesar de todo, lo que sucede en la Ciudad de México es un poquito distinto.
Saltar de la oposición al poder también te obliga a chocar con la realidad; yo creo que eso le pasó a Lula da Silva en Brasil. Él, que fue un radical durante muchos años, con posiciones incluso más recalcitrantes que las de López Obrador, llegó al poder y dijo: “Bueno, la realidad pesa: se tiene que jugar con el mercado, pactar con Estados Unidos, hacer alianzas, ir al Fondo Monetario Internacional, meterle inversión privada a Petrobrás, etcétera”.
En la Ciudad de México, la izquierda ha gobernado durante mucho tiempo, incluso López Obrador, y ha tenido que enfrentarse a la realidad, la que te obliga a orientar el rumbo o a desbarrancar un país, como en Venezuela y Bolivia —aunque no creo que estemos en eso. Quiero pensar que si la izquierda gobierna este país, ya no sólo esta ciudad, va a tener también que enderezar el rumbo por contacto con la realidad, y porque, además, en las sociedades democráticas (y México, a pesar de todo, es una de ellas) hay equilibrio de poderes. Andrés Manuel no va a tener (si gana las próximas elecciones) mayoría absoluta en la Cámara para hacer lo que quiera. Entonces, supongo que va a tener que aprender y que van a privar sus instintos democráticos.

AR: ¿Qué tal fuerte es la convicción democrática de la izquierda si partimos, por ejemplo, del señalamiento que haces a propósito de las elecciones internas del PRD, en las cuales ha habido recurrentes denuncias de anomalías; de su denuncia de fraude en la elección presidencial de 2006, o de las asambleas en el Zócalo?
JP: Hay muchos políticos dentro de la izquierda partidista absolutamente convencidos (los conozco, los he escuchado y les creo) de que la única vía de acceso al poder es el voto libre y secreto. Vamos a empezar por allí.
A final de cuentas el PRD, solo o en alianza con quien tú quieras, ha terminado por comportarse institucionalmente desde que nació, y también hay que reconocerlo. Está el traspié obradorista en Paseo de la Reforma, que fue una aberración, pero más allá de eso, en general se ha comportado institucionalmente.
Quiero pensar que hay, ya, reflejos democráticos auténticos adquiridos por la izquierda mexicana. Ahora, entiendo tu preocupación: este reflejo de López Obrador de lanzarse a la plaza pública cada vez que obtiene un triunfo o una derrota, es altamente significativo. Hay una embriaguez de la plaza pública. Esta democracia de mano alzada (a la que se llama, de manera eufemística, “democracia directa”) y que es lo menos democrático que existe, eso lo tiene muy arraigado, y es compartido por muchos sectores del movimiento que está alrededor de López Obrador y por el zapatismo, por ejemplo. La democracia de asamblea: todos nos reunimos y levantamos la mano; “¿Vamos a bloquear Reforma?”, “¡Sí!”.
Si yo fuera asesor de López Obrador, le diría, como si fuera una especie de alcohólico: “Andrés Manuel: Vamos a obligarnos a no ir al Zócalo durante seis meses. ¿Qué te parece? Una cura de desintoxicación”. Yo entiendo que es muy embriagante ser ovacionado por 10, 20 o 100 mil personas, debe sentirse superchulo. ¡Imagínate, cómo no! ¿A quién no le gusta eso? Una estrella de rock. Lo entiendo. El problema es que te genera una visión distorsionada de la composición electoral mexicana. Decía el otro día Jesús Silva-Herzog Márquez que deberíamos dejar de pensar que el electorado mexicano es como nuestras fiestas con nuestros cuates: “Es que yo no conozco a nadie que vaya a votar por Peña Nieto”. Pues no, pero es que tú te mueves en un circuito determinado. Bueno, es lo mismo que le pasa a Andrés Manuel, y es lo mismo a lo que es propensa la izquierda: a pensar que estos circuitos cerrados (que pueden ser de 50 mil personas, no importa) representan a la población. Allí hay una tendencia a lo que se llama democracia directa sumamente preocupante, porque genera falsas expectativas en general; yo no digo que la gente no se manifieste, me parece excelente, y el Zócalo debe permanecer planito para que se llene de manifestantes del tipo que sea todos los fines de semana. Pero no hay que confundir el mitin, la marcha, la aglomeración humana del tipo que sea, con los resultados en las urnas.
Sí creo que, en muchos casos, al movimiento que rodea a López Obrador se le han confundido ambas cosas. Creo que en 2006 fue clarísimo. Allí es donde dudas.
De todas maneras, soy más o menos optimista. Creo que, con todo, aun con los inadmisibles fraudes internos en las elecciones del PRD, la tendencia ha sido a mejorar si la analizamos históricamente, como ocurre con la derecha mexicana. Ésta también tiene una convicción democrática, y puedes decirlo del PAN, a pesar de todo.     

AR: El libro está marcado por lo que llamas dos fraudes que ha alegado la izquierda, 1988 y 2006. ¿Cuáles son las diferencias de comportamiento entre los dos líderes a los que les tocó enfrentar ambas crisis? Porque pareciera que el de Cuauhtémoc Cárdenas fue más exitoso en términos de institucionalidad y legalidad.
JP: Coincido plenamente contigo. La palabra es muy fea, pero la institucionalidad, así como el respeto a la ley, a final de cuentas, me parece que han demostrado ser mejores herramientas políticas, ya no sólo un mejor principio ético, en los plazos mediano y largo.
Vamos a comparar los resultados. Cuauhtémoc Cárdenas sufrió un fraude en 1988 (o cuando menos estuvo convencido de que se había cometido un fraude), y con su gente organizó un partido político que se ha convertido en un partido prioritario para este país, que es el PRD; logró conquistar 10 años después la Ciudad de México, la dejó en manos de la izquierda y contendió fuertemente por la Presidencia, con mucha gente en las cámaras para modificar legalmente este país. No me parecen logros menores: en un país técnicamente de partido único, gobernado 70 años por el PRI, no es poco haber conseguido eso, sin derramamiento de sangre, sin exaltación, sin bloqueos de calles, sin llamados a las trincheras.
El llamado a la trinchera que hizo López Obrador, vamos a ver qué tanto le costó; puede ser que tenga unas cartas para ganar ahora las elecciones. Pero le costó una caída brutal en su popularidad, le costó una larga marginación en la política (estuvo en un papel relativamente apagado durante varios años en este sexenio), y si no fuera por la extraordinaria incompetencia y lo cuestionables que son los otros dos verdaderos candidatos a la Presidencia en este momento (Quadri no tiene opciones), estaría hundido. Su caída en la popularidad fue dramática y yo creo que no se dio cuenta. A mí lo que me parece de López Obrador es que tiene ciertos momentos de gran habilidad política, un maquiavelismo que nadie le puede regatear, pero que en el largo plazo no tiene perspectiva. Se ve un poco arrastrado por su soberbia, también.
En efecto, yo creo que la historia alrededor del primer fraude, la de Cárdenas, a pesar de todo, es una historia de éxito, y que la de López Obrador todavía no lo es.

AR: Incluso, López Obrador, con su movimiento, su acercamiento al PT y a Movimiento Ciudadano, parece que está en una labor de demolición de lo que ha hecho Cárdenas, empezando por el propio PRD.
JP: Por supuesto, yo también lo creo. A contrapelo de la iniciativa de Cárdenas, lo que quizá lo ejemplifica mejor casi en el plano simbólico es tener como candidato a Manuel Bartlett. Cuando agarran y dicen “vente para acá” al que, según se ha dicho, organizó el fraude de 1988, y lo pones, sin que haya abandonado la militancia priista, como candidato al Congreso, algún mensaje estás mandando, creo yo.

AR: Un asunto que se suele olvidar a raíz de la elección presidencial de 2006 es la relación de López Obrador como Jefe de Gobierno del Distrito Federal, con los poderes fácticos, por ejemplo con Televisa, con la Iglesia católica, con empresarios. No ha sido ajeno a ellos.
JP: No, por supuesto que no. Ha sido una relación manejada muy hábilmente: de cercanía en lo práctico, y de distanciamiento en el discurso, porque parece que toda la gestión de López Obrador en la Ciudad de México no hubiera tenido nada que ver con los medios de comunicación que le dieron una enorme presencia (eso está documentado, además). Pero luego dicen que fue una presencia crítica, muchas veces. ¡Y por qué no tendría que serlo!  ¿Para qué están los medios de comunicación? Ahora resulta que cuando se trata de un candidato de la izquierda tenemos que ser todos homogéneamente encomiásticos, o somos corruptos y tranzas. ¡Pues no! Hubo de todo.
Pactó con Carlos Slim para hacer obras en el centro histórico, y está bien, además. A mí me parece sano que la izquierda pacte con las grandes empresas, con las pequeñas o con las que sea. Eso habla de saneamiento ideológico. Lo que es cuestionable no es el hecho de que haya pactado, sino el que mantenga este doble discurso. Bueno, ahora volvió a cambiar el discurso porque vio que el anterior no le funcionó, pero esta idea de que los ricos son malos y los pobres, bueno, y de que va a defender a los pobres de los ricos, es de una gran hipocresía, de un maquiavelismo la verdad un poco barato, que creo también le quitó muchos puntos. Es decir, esta idea de que a la gente le puedes decir lo que sea y que no importa porque no cala el mensaje no es cierta, no es verdad. Las palabras y los hechos importan, y la gente los absorbe.
Yo creo que el Morena terminó por tener que entenderlo y darle un poquito la vuelta a la brújula ideológica. Pero es un caso clásico del doble discurso.

AR: Como mencionaste al principio, tú colaboraste con Alejandro Aura en el Instituto de Cultura de la Ciudad de México. Más allá de algunos casos que están mencionados al principio del libro, ¿qué opinas de las políticas que ha seguido el Gobierno del DF en torno a la cultura y a la educación? En términos educativos, ¿qué te parece, por ejemplo, la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM)?
JP: La UACM me parece un despropósito. Allí hay mucha gente valiosa dando clases e investigando, y está muy bien que se abran nuevas opciones educativas, por supuesto que sí. Pero hay una retórica de brazos abiertos como en contraste con la UNAM, que en los hechos es falsa; otra vez, hay un doble discurso. Hay una propuesta de inyección de recursos, pero no me queda claro cómo la van a mantener en los siguientes sexenios, porque además se va acabando el petróleo, por ejemplo. Tampoco hay un plan económico de apoyo a una universidad como la que tenemos aquí, cosa que la UNAM, mal que bien, sí ha ido haciendo: buscar sus propios recursos como puede.
En la UACM no hay eso, no ves un plan económico, lo cual me parece una falta de responsabilidad absoluta, a diferencia de lo que ocurre en la UNAM, la UAM o el Politécnico. Es una universidad que nació con una bandera ideológica un poco descarada, y no se ha logrado desmarcar de ella.
Yo creo, y es una cosa que sí vale la pena rescatar, que la gente de cultura del Distrito Federal ha trabajado bien. No tengo claro siempre para que tienes que hacer un concierto en el Zócalo o lo que tú quieras, pero ha sido buen trabajo.    
Otra de las grandes apuestas de las socialdemocracias, sobre todo en los países de América Latina que están muy atravesados por la violencia, tienen que ver con el uso de la cultura no sólo por su valor intrínseco, sino por su capacidad de regenerar el tejido social. Pero sirven para eso: recuperas espacios públicos, involucras a la población, y yo creo que eso se ha entendido bien aquí. Entonces, hay que usar la calle como espacio de la cultura.
Leyendo en el Metro, ferias del libro como la del Zócalo, los libroclubes de Aura (en los que yo trabajé), etcétera, son proyectos discutibles a veces, pero que tienen una sustancia correcta. Yo creo que se ha utilizado bien la cultura aquí en muchos casos. Espero que vayan mucho por ese lado.
Hay otras cosas que ha hecho muy bien la izquierda en esta ciudad. Yo creo que Marcelo Ebrard no fue un mal Jefe de Gobierno, para nada, sino uno bueno, y espero que Miguel Ángel Mancera lo sea también. Yo no tengo problema en votar por esa izquierda, ya lo he dicho varias veces. No es que me parezcan unos modelos de santidad o perfección, pero es un modelo razonable, viable, moderno, tolerante. Han implementado formas distintas de transporte público, han acotado, en la medida de lo posible, a los ambulantes, a los microbuseros. Es decir, ha habido luchas que a mí me parecen muy legítimas desde la administración del DF, y un poco con bajo perfil, además. Y no creo que sea una mala administración, para nada.
Allí hay un proyecto cultural que, más o menos, todos podemos aceptar. A propósito, ¿cuál es el de López Obrador? No sabemos.

AR: Pues creo que poner a Elena Poniatowska en la Secretaría de Cultura.
JP: Es una mujer a la que todos preferimos seguir leyendo, que tiene 80 años y que no tiene nada que hacer en un papel de gestión cultural, por favor. Ser un intelectual o un escritor de enorme importancia, como lo es ella, no te convierte en un funcionario público eficaz. Es un poco una vergüenza tener que decir esto, pero es así de fácil: son cosas totalmente distintas.
¿Tú recuerdas que en el primer debate no se usó la palabra “cultura”? No es un tema de la agenda de ningún candidato. Sorprende un poco, sobre todo en el caso del movimiento de López Obrador.

AR: ¿Cómo han influido en la izquierda mexicana las condiciones de la izquierda a nivel internacional? En el periodo que relatas podemos ver desde la caída del socialismo real hasta el régimen de Hugo Chávez, la muerte de Kim Jong-Il, las izquierdas de Chile y Brasil.
JP: Bueno, la izquierda mexicana es muy amplia, pero creo que la caída del muro de Berlín, las evidencias del horror que es Cuba, etcétera, han terminado por calarla de alguna manera. Sí ha tenido que asumir, en alguna medida, esa realidad, y sus proyectos no pasan por allí, de ninguna manera. No creo que sus nostalgias lleguen a ese extremo. Una comprensión básica de lo que pasó con el socialismo real y sus derivados creo que la tienen; profunda, allí ya tengo más dudas.
Creo que todavía quedan resabios de los mitos revolucionarios, del gran caudillo, en muchas de estas figuras. No son capaces de establecer una crítica pública firme y clara contra Fidel Castro. ¿Importa? Pues quizás no tanto a estas alturas (no para nosotros, quiero decir), pero habla mucho de lo que pasa en esos espíritus.
Sí hay un cierto romanticismo que no termina de abandonar a los izquierdistas, eso sí lo creo. No creo que afecte a sus proyectos políticos de manera directa; creo que sí influye, en alguna medida, en su manera esporádica de hacer política. Estas manifestaciones públicas a las que me refiero de la mano alzada, de efervescencia casi criptorevolucionaria, pues se derivan un poquito de allí. Pero creo que las han absorbido más o menos.
Pero no creo que hayan absorbido tanto, pero otra vez la Ciudad de México es distinta; es lo que sí ha comprendido la izquierda en otras partes. Es decir, yo en el movimiento de López Obrador no veo la influencia de la Bachelet o Lagos en Chile, o incluso de Felipe González en España. Sí, esa comprensión profunda de que las cosas tienen que funcionar ya de otra manera, no la veo por ninguna parte. No veo esa cultura política, en el discurso, cuando menos. Creo que ese es el salto que falta dar todavía, un saltito intelectual, casi te voy a decir.

AR: Hay una parte del libro donde haces una crítica del juarismo de López Obrador. Hay un dilema que ha tenido que enfrentar la izquierda mexicana con él, que tiene que ver con su proceder, con su acción política, que es el enfrentamiento, de contradicción que hay entre la justicia (como concepto moral) con lo que es la ley. ¿Cómo ha sido este conflicto y a dónde nos puede llevar?
JP: Me preguntabas qué había aprendido la izquierda mexicana de las experiencias de afuera. Creo que esa dicotomía entre la justicia y la ley lo ejemplifica muy claramente. Lo dijo López Obrador: hay una instancia superior a la ley, y es la justicia. Bueno, si eso no es el discurso de un mesías, ¿cuál lo es? Hay una cosa es lo que está bien, y eso es casi religioso, no te voy a decir filosófico, y otra cosa son las leyes que se ponen los hombres, “y yo no acato eso”. Esto es casi de un ayatolá, tics de un iluminado religioso.
Esa contradicción a mí es la que más me preocupa en López Obrador como posible dirigente de este país, porque los políticos no están para salvarnos sino para operar con efectividad lo que les indiquen sus electores a través de sus representantes; de la misma manera que las leyes no están para hacer justicia sino solamente para que haya un Estado de ley. La justicia es una ambición que no puede regir nuestro comportamiento político, porque es inalcanzable.
Creo que esa es la disparidad de criterios que Andrés Manuel no logra remontar.

AR: Una última pregunta: en el libro y en esta entrevista has sido muy crítico de López Obrador. Pero todos tenemos claroscuros. ¿Cuáles son los claros que encuentras en él?
JP: Eres el primero que me pregunta algo así. Yo creo que la firmeza y la persistencia en la persecución de ciertos ideales, y que son por sí mismas virtudes, no cuando implican pasar sobre todos lo demás, como en algunas ocasiones ha sucedido. La consistencia de López Obrador tampoco es muy común en eso que llamamos “clase política mexicana”, que está hecha de bandazos y de pragmatismo. Creo que la gente ha sabido reconocer eso en él, y me parece que es el motivo central de su perdurabilidad a la cabeza de la política mexicana.
Luego, a él no le interesa lo material, me parece, sino otra cosa: el poder. Pero en un país tan filtrado de corrupción como México, que haya una figura de referencia que no se contamine agarrando dineros ajenos, es muy importante. El problema es que empieza a extenderse eso entre sus allegados.
Lo tercero es que tiene una capacidad casi dialéctica para, por un lado, juntarse con gente de la peor ralea, como menciono en el libro; pero, por el otro lado, también tiene capacidad para convocar a gente de muy alto nivel. Eso es lo otro que le ha permitido sobrevivir políticamente, me parece; o sea, que junto a los hampones en turno (Juanitos o lo que tú quieras) pues también está Juan Ramón de la Fuente, Marcelo Ebrard, René Drucker y otros casos más.
También tiene ese instinto. Inmediatamente no lo veo en sus pares; no es que la gente que rodea a Josefina o a Peña Nieto sea lamentable, pero no tienen la capacidad de voltear hacia la sociedad y tomar a personas que valen la pena o no tienen esa capacidad, y él sí la ha tenido.

*Entrevista publicada en Replicante, junio de 2012.

lunes, diciembre 03, 2012

La seguridad más allá de lo policiaco. Entrevista con María Cristina Rosas



La seguridad más allá de lo policiaco
Entrevista con María Cristina Rosas
Por Ariel Ruiz Mondragón
Muchas veces, y no sin buenas razones, las discusiones sobre la seguridad suelen ceñirse a sus vertientes pública y nacional, en las que aún predomina una concepción estato-céntrica que ha privilegiado las soluciones policiacas y militares a los problemas en la materia.
Sin embargo, desde mediados de los años noventa el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha impulsado en el concepto de seguridad humana, que pone el acento en los problemas de la gente y pone énfasis en la agenda de desarrollo para lograr mejores condiciones de seguridad.
Sobre este tema recientemente fue publicado el libro La seguridad por otros medios. Evolución de la agenda de seguridad en el siglo XXI: lecciones para México (México, Centro de Análisis e Investigación sobre Paz, Seguridad y Desarrollo Olof Palme, UNAM, Editorial E, 2011), coordinado por María Cristina Rosas, en el que varios autores revisan la seguridad humana y varias de sus vertientes, generalmente descuidadas en otros trabajos al respecto.
Sobre ese volumen conversamos con la coordinadora, quien es doctora en Relaciones Internacionales y Estudios Latinoamericanos por la UNAM, de cuya Facultad de Ciencias Políticas y Sociales es profesora-investigadora. Asimismo, es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Ha recibido el premio en Investigación Económica “Maestro Jesús Silva Herzog”, del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, además de obtener la Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos en 1999.


Ariel Ruiz: Usted ha escrito varios libros sobre el tema de la seguridad, ¿cuál es la razón y la particularidad de éste?
María Cristina Rosas: Este libro se diferencia de obras precedentes en diversos aspectos. De entrada, cabe destacar que se publica una década después de los ataques terroristas contra Estados Unidos, mismos que catapultaron al terrorismo al rango de “máxima amenaza” a la seguridad internacional. Este hecho desplazó a la agenda de desarrollo que logró acaparar la atención de la comunidad internacional a lo largo de la última década del siglo XX. En el libro que nos ocupa, se insiste en la importancia del binomio seguridad-desarrollo dado que, como queda de manifiesto en el caso mexicano, no es posible aspirar a la seguridad mientras no se atienda la agenda de desarrollo y viceversa.
Otro aspecto que me permito destacar de este libro es que, como su nombre lo sugiere, plantea que la seguridad no se puede lograr con una visión estrecha —militarista— ni centrada en un solo tema —el terrorismo en el caso de Estados Unidos, o el crimen organizado en el caso de México. La seguridad puede verse mermada por situaciones que no necesariamente tienen que ver con el terrorismo y/o el crimen organizado; por ejemplo, los fenómenos naturales que devienen en desastres ante la pésima gestión de las autoridades; las epidemias y pandemias; la escasez y/o falta de acceso a los alimentos; el desabasto energético; la actual crisis económica, etcétera. Un ejemplo que siempre me gusta citar, dado que ilustra, en mi opinión, la importancia de asumir a la seguridad con una visión amplia, es la epidemia del sida en Sudáfrica. Según diversas estadísticas, se dice que una de cada tres personas es cero-positiva en ese país. Desde la óptica de la seguridad, todo aquello que pone en riesgo la supervivencia de la nación es una amenaza. Por lo tanto, dado que una tercera parte de la población sudafricana está en peligro de morir por el sida, esta enfermedad constituye una amenaza a la seguridad nacional de Sudáfrica.
Otro ejemplo: para los países caribeños, entre otros, el cambio climático, el calentamiento global y el aumento del nivel del mar constituye una amenaza para su supervivencia, debido a que sus territorios podrían quedar sumergidos en las décadas por venir. Este hecho ya es una realidad en Asia y el Pacífico Sur. Si recordamos que un Estado se compone, en esencia, por un territorio, una población y un gobierno, la posibilidad de que cualquiera de estos elementos desaparezca constituye una amenaza a la seguridad de dicho Estado.
Otro aspecto es que este libro se propone ampliar la bibliografía especializada sobre el tema de la seguridad en México, donde hay muy poca literatura alusiva. Si nos comparamos con los países de Centroamérica o del Cono Sur, donde hay una abundante y prolífica producción de libros y revistas sobre temas de seguridad, nuestro país presenta un rezago considerable.
Finalmente, a diferencia de libros precedentes a mi cargo, este presenta a la comunidad especializada y el público interesado en esta problemática a una nueva generación de especialistas en seguridad, que con frescura, rigurosidad científica y con el compromiso de contribuir a proponer soluciones a los desafíos que encara México en torno a la seguridad, presentan análisis, a mi manera de ver innovadores, que en muy pocas publicaciones del mundo se pueden encontrar en un mismo libro. Yo me ocupé de los capítulos que abren y cierran la obra: la seguridad humana y la seguridad marítima, mientras que estos jóvenes investigadores analizan la problemática de la seguridad ambiental, alimentaria, privada, aeroespacial y el tráfico ilícito de armas pequeñas y ligeras, entre otros. El libro es la primera publicación del Centro Olof Palme, organización que presido, que no tiene fines partidistas ni lucrativos, y que se propone contribuir a la reflexión sobre la problemática de la seguridad en México y en el mundo.

La situación de la seguridad en el mundo ha cambiado mucho tras los atentados terroristas, especialmente los de septiembre de 2001 en Estados Unidos. ¿Cómo cambió ese fenómeno la seguridad en México?
Debido a que México es un vecino geográfico de Estados Unidos, ha debido adecuarse a los requerimientos fronterizos y migratorios delineados por la Unión Americana en el nombre de la seguridad. Quiero señalar que México es muy afortunado porque, a comparación de Canadá, nunca fue acusado —como sí le pasó a Ottawa— de que por su territorio transitaron e ingresaron a suelo estadounidense los terroristas que secuestraron los aviones con los que se perpetraron los ataques. Canadá ha tenido que vivir con esa especie de leyenda urbana —porque en víspera del 11 de septiembre los terroristas ingresaron directamente a Estados Unidos, no vía Canadá—, al punto de que diversos líderes políticos y de opinión estadounidenses consideran que la frontera Canadá-Estados Unidos es mucho más porosa y vulnerable desde el punto de vista de posibles acciones terroristas, que la frontera México-Estados Unidos. Esa es la buena noticia para México.
La mala noticia es que el crimen organizado y el narcotráfico suplen con creces, en nuestra relación con el vecino del norte la relación México-Estados Unidos, a la amenaza terrorista. De hecho la Unión Americana así lo reconoce, aunque es evidente que en la década pasada nunca le prodigó el apoyo político ni económico a su combate, y menos de manera paralela a los niveles observados en la lucha contra el terrorismo en lugares como Afganistán y Pakistán. No hay parangón. Claro que ahora con la captura y muerte de Ben Laden y el retiro de las tropas estadounidenses de Afganistán —que se concretará a más tardar en 2014— aparece en el horizonte la posibilidad de que sean el combate del crimen organizado y del tráfico de estupefacientes las principales amenazas a la seguridad internacional y reciban mayor atención de parte de Washington.
El riesgo, por supuesto, es el de un mayor intervencionismo atentatorio contra la soberanía mexicana y la de otras naciones donde la criminalidad organizada está haciendo estragos a su seguridad.

Uno de los principales planteamientos del libro es darle un lugar preponderante al concepto de seguridad humana. ¿Qué significa éste y en qué se distingue de las anteriores ideas al respecto?
La seguridad humana es la expresión más clara del concepto amplio de seguridad. Se centra en las personas, de manera que cualquier aspecto que les provoque malestar, tiene el potencial de erigirse en una amenaza a la seguridad del país y del mundo. La diferencia con el concepto de seguridad que prevaleció en la Guerra Fría, es que éste se centraba en el Estado y en muchos casos, en salvaguardar al régimen político. Era un concepto estato-céntrico y militarista. Se partía de la premisa de que quien tenía más armas vivía más seguro. De ahí la obsesión, por ejemplo, por la posesión de armas nucleares.
Y a propósito de la caracterización de la seguridad en la Guerra Fría como algo que era de la incumbencia sobre todo del Estado y de la clase gobernante, hay que decir que tuvo consecuencias muy lamentables: en diversos países latinoamericanos —y también en otras latitudes— en el nombre de la seguridad se cometieron atropellos indescriptibles contra las sociedades. Hoy se reconoce que el tema de los derechos humanos es parte integral de la seguridad. Asimismo, cada vez se reivindica más la relación simbiótica entre seguridad y desarrollo.
Ahora bien: me gustaría añadir que el concepto de seguridad humana, pese a lo dicho, aún se encuentra en construcción y que hay dos grandes acepciones o escuelas sobre el particular: la minimalista y la maximalista. La minimalista, esbozada sobre todo por Canadá y Noruega, busca restringir la acepción de seguridad humana a aquellas situaciones que involucran a víctimas de conflictos armados y de violaciones a los derechos humanos. En contraste, la acepción maximalista, defendida por Japón y en buena medida por Naciones Unidas, plantea que la seguridad humana debe incluir, en la lista de amenazas y flagelos, aspectos como los ambientales, alimentarios, energéticos, sanitarios, económicos, etcétera.
¿Cuál es el concepto más adecuado? Depende de lo que se pretende lograr. Por ejemplo, si se busca traducir la seguridad humana en políticas públicas, evidentemente debe ser un concepto más “aterrizado”, pragmático, y de ahí la tendencia a centrarlo en aspectos como víctimas de conflictos violentos y de violaciones a los derechos humanos. Justamente esta versión “minimalista” de la seguridad humana es la responsable de incentivar lo que ha dado en llamarse la responsabilidad de proteger, esto es, la percepción de que si un Estado no quiere o no puede garantizar la seguridad y el bienestar de su sociedad entonces corresponde a la comunidad internacional intervenir para cumplir con ese objetivo. Esto es muy polémico, porque involucra consideraciones soberanas.
Pienso que, en contraste, el concepto “maximalista” de la seguridad humana, fascina a las comunidades académicas y tiene eco en algunos círculos políticos, porque se le asume de manera más “amplia” aunque también “abstracta”. Dada su amplitud, parece difícil ponerlo en marcha, pero se le reconoce como la culminación de ese debate sobre la relación entre seguridad y desarrollo. Todos están de acuerdo —o la mayoría al menos— en que un concepto de seguridad militarista y centrado en la lucha contra el terrorismo y/o el crimen organizado, es insuficiente para garantizar la seguridad de las sociedades; luego entonces, hay que ampliarlo. Pero, ¿hasta dónde se puede ampliar el concepto de seguridad humana, sin que todo se convierta en un problema de seguridad? Ése es un grave riesgo: si todo se convierte en un problema de seguridad, entonces el Estado debe emplear todos los recursos que estén a su alcance para hacerle frente y podría mal utilizar sus instituciones, sus recursos materiales y humanos e, inclusive, violentar el Estado de Derecho. Por ejemplo, durante su mandato Vicente Fox decía que las aguas y los bosques son un problema de seguridad nacional. Si bien se agradece que eleve a ese nivel de prioridad la problemática de las aguas y los bosques, lo cierto es que para revertir el desafío que plantean la escasez de agua y la sobreexplotación forestal, no parece necesario que el Estado agote sus recursos destinados a salvaguardar la seguridad nacional en esos problemas. Más bien parecería que hay instancias que podrían muy bien hacerse cargo de esa problemática, como por ejemplo la Secretaría de Medio Ambiente, las comisiones de aguas, etcétera, sin tener que involucrar a los órganos e instituciones abocados a la seguridad nacional.
Entonces, yo diría que es fundamental contar con una agenda de vulnerabilidades, riesgos y amenazas, dado que cada uno de esos conceptos, llevado a la práctica, posibilita diversas medidas y acciones encaminadas a garantizar la seguridad. Si no se atienden adecuadamente las vulnerabilidades y los riesgos, pueden surgir amenazas graves a la seguridad de las naciones.

En nuestro país predominan los conceptos de seguridad pública y seguridad nacional. ¿Cómo se vincularía con éstos el del seguridad humana?
La seguridad pública es un concepto que se refiere al mantenimiento de la ley y el orden; La seguridad nacional, en cambio, tiene que ver con la supervivencia de la nación. En la medida en que el mantenimiento de la ley y el orden se deterioran, se puede llegar a un punto en el que un problema de seguridad pública se convierta en un problema de seguridad nacional. El ejemplo más socorrido es el narcotráfico, que de ser un flagelo para la seguridad pública ahora constituye una amenaza para la seguridad nacional. Esto también tiene importantes connotaciones respecto a las responsabilidades para atender el problema. Las tareas de seguridad pública normalmente recaen en la policía, y las de seguridad nacional en las fuerzas armadas. En la medida en que en México y otros países la policía ha sido insuficiente para encarar el problema, se ha echado mano de las fuerzas armadas, con el gran riesgo de que nuestros marinos y soldados se desprofesionalicen al realizar por largo tiempo tareas distintas a aquellas que justifican su existencia. Lo que siempre me pregunto en el contexto actual de México es quién cuida la seguridad nacional, dado que los soldados y cada vez más marinos están participando en tareas de seguridad pública.
Pero su pregunta además me parece crucial porque hay que valorar si la seguridad humana ayudaría a resolver esta compleja problemática, y me parece que sí sería posible. El concepto de seguridad humana, en su versión “minimalista”, busca liberar a las personas del temor, en tanto que en su versión “maximalista” se propone liberar a las personas de las necesidades. En México enfrentamos ambos problemas: tenemos temor, y tenemos muchas carencias materiales y baja de calidad de vida en general, y todo ello nos hace vivir en un país inseguro. Por eso creo que la seguridad humana encajaría a la perfección en la agenda nacional, dado que tenemos que liberar a la sociedad mexicana del temor y de las necesidades.

Pareciera que en materia de seguridad las preocupaciones principales actualmente son las de la amenaza terrorista, los conflictos armados y el crimen organizado. Pero ¿cuáles son otros problemas que requieren inmediata atención en el mundo y en México?, ¿son tan graves como los primeros?
Tanto el terrorismo como los conflictos armados y el crimen organizado me parece que son manifestaciones de múltiples problemas y que para hacerles frente hay que ir a las raíces de los mismos. En este sentido, y el mismísimo Banco Mundial así lo avala, hay una relación estrecha entre violencia y pobreza. Ello no significa que la violencia esté ausente en los países más ricos y prósperos. A todo mundo, por ejemplo, le causó sorpresa lo sucedido en Noruega hace unas cuantas semanas, sobre todo porque según los indicadores sobre calidad de vida a escala planetaria, Noruega es el mejor país para vivir y, por lo tanto, debería, al menos en teoría, ser un país sin violencia.
Las causas de la violencia son múltiples. Sin embargo, me permito hacer notar que la violencia es recurrente en los países en desarrollo —a diferencia de los países más prósperos—, y que una forma de hacerle frente debería incluir una distribución más equitativa de la riqueza y revertir el analfabetismo, la malnutrición y desnutrición. Hay que garantizar vacunas y servicios médicos a la población, así como también proveerla de condiciones que le den acceso a empleo y a condiciones salariales dignas.
Dicho esto, en mi opinión y respondiendo a la segunda parte de su pregunta, los otros problemas que merecen atención inmediata incluyen los sanitarios —epidemias y pandemias—, los alimentarios, los ambientales y los energéticos, en particular en el caso mexicano. Ya la influenza AH1N1 nos mostró la relevancia de la seguridad sanitaria en un país, como el nuestro, que dejó de producir vacunas hace dos décadas. En materia alimentaria, es muy peligroso que México no sea capaz de producir los alimentos que requiere su población. En el terreno ambiental, para un país tan expuesto a fenómenos naturales como huracanes, terremotos, erupciones volcánicas, etcétera, es fundamental contar con las políticas de prevención y manejo de riesgos pertinentes. Y en el ámbito energético, pienso que México está obligado a explorar fuentes alternativas de energía más allá del petróleo, dado que el horizonte para el corto y mediano plazos se ve muy complejo en ese ámbito.

Los desafíos que plantea la seguridad humana tienen tamaños que rebasan los límites nacionales. ¿Cuáles son los problemas que ello plantea a las naciones, por ejemplo en temas como la soberanía?
En aspectos como las víctimas de conflictos armados y las violaciones a los derechos humanos, es necesario reconocer que la normatividad internacional ha evolucionado al punto de generar una justicia penal global. El hecho de que conocidos genocidas deban enfrentar en la actualidad juicios a cargo de la Corte Penal Internacional y de otras cortes ad hoc me parece un avance, tal vez pequeño, en la protección de los derechos humanos más fundamentales. También es verdad que entre los consignados y acusados ni son todos los que están ni están todos los que son, pero por algo se empieza.
Es cierto que en el tema de la responsabilidad de proteger se invoca a la seguridad humana de manera selectiva y parcial, sobre todo en función de intereses estratégicos más que por consideraciones humanitarias. Tenemos que entender, sin embargo, que cualquier intervención demanda cierta responsabilidad de quien interviene, y que ello automáticamente marca un freno para la acción internacional, como también eso explica la inacción. Así que la vulneración de la soberanía acontece en función del tipo de intereses estratégicos en juego.
A mí me parece, sin embargo, que la soberanía también es ultrajada por el crimen organizado, el narcotráfico, las pandemias, etcétera. Hay que reconocer que en el mundo de la globalización, cada vez es más necesaria la cooperación internacional a fin de hacer frente a las amenazas. Desafíos como los ambientales, los sanitarios, el tráfico ilícito de armas pequeñas y ligeras y el de estupefacientes, entre otros, demandan una acción concertada, porque es insuficiente lo que un solo país puede hacer. Idealmente debería proceder una concertación, esfuerzos por consenso, no intervenciones sin permiso; cuando éstas ocurran, hay que denunciarlas en todos los foros existentes. Por ello considero que tenemos que preguntarnos si sólo invocando la defensa de la soberanía vamos genuinamente a resolver los problemas de seguridad que nos aquejan.
En mi opinión, en muchos casos para salvaguardar la soberanía sí requerimos de la ayuda y la cooperación de otras naciones, porque además me parece ilógico que Estados Unidos esté conforme con la manera en que las organizaciones del crimen organizado y otras más, operan en México, generando una enorme inseguridad que de hecho ya se ha extendido a su propio territorio. México, al igual que Canadá, constituyen la primera línea de defensa y seguridad de Estados Unidos; lo voy a decir de otra manera: la seguridad estadounidense pasa por la mexicana y la canadiense. Es decir que es del interés de Estados Unidos que México sea un país próspero y seguro, porque de esa manera puede dirigir su atención a otras regiones prioritarias para sus intereses, por ejemplo, Medio Oriente.

¿En qué medida la seguridad humana ha permitido identificar problemas y elaborar políticas públicas? En México sólo está mencionado el caso de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF) en 2008.
Yo creo que en el mundo, la acepción “minimalista” sobre la seguridad humana es la que más aplicaciones concretas ha tenido en el mundo real, a propósito de las políticas públicas. Al amparo de la seguridad humana, por ejemplo, fue suscrita la Convención de Ottawa contra las minas terrestres anti-personal y también la Convención sobre las municiones de racimo. Asimismo, la idea de que la comunidad internacional actúe ante violaciones graves a los derechos humanos y para asistir a víctimas de conflictos armados, ha ayudado a la evolución del derecho penal internacional.
Ahora bien, en México efectivamente sólo la CDHDF cuenta con un estudio sobre la seguridad humana en la capital del país, abocado a “aterrizar” dicha agenda en problemas tan concretos como el manejo de la basura, el abasto de agua y los asentamientos humanos, entre otros. Este informe —que lamentablemente no ha recibido la difusión que su importancia sugiere— es un trabajo que debería reproducirse en otras partes del país, donde hay problemas similares pero también distintos a los de la capital del país, en términos de su afectación a la seguridad de las personas.
Quiero añadir que pese a que este informe tiene un perfil muy cargado a cuestiones de derechos humanos, es una iniciativa loable que se aboca a aspectos muy cotidianos y concretos de los habitantes de la ciudad de México, por lo que rompe con esa idea de que la seguridad humana es sobre todo un concepto que interesa a los académicos.
En el libro propongo la elaboración de índices de seguridad humana para México. Se trata de una tarea compleja y que involucra mucho trabajo. Baste mencionar que aun cuando el debate sobre la seguridad humana se viene acentuando desde 1994 con la publicación del informe del PNUD dedicado justamente a ese tema, no fue sino 11 años después que, a instancias de Canadá, fueron publicados los primeros índices de seguridad humana, mismos que han sido fuertemente impugnados en razón de sus fuentes. Éste no es un tema menor: los índices de 2005 documentaban, desde la acepción “minimalista”, violaciones graves a los derechos humanos y víctimas de conflictos violentos, pero había discrepancias en torno a la metodología y, como mencioné, en las fuentes empleadas. Aunque criticables por su aparente parcialidad, estos primeros índices de seguridad humana, en mi opinión, contribuyeron a llamar la atención en torno a crisis muy graves que se generan en diversas partes del mundo, por ejemplo Sudán, Afganistán, Colombia, Sierra Leona, Costa de Marfil, Irak, etcétera. Sin embargo, como es sabido, hay muchas partes del mundo donde no hay conflictos armados en marcha, y donde, sin embargo, no se pude hablar de que haya un escenario de paz. La paz no es sólo la ausencia de guerra ni de violencia física.
Desde entonces, y tomando en cuenta las críticas a los índices de seguridad humana de 2005, el Banco Mundial optó por ampliar el concepto “minimalista”, estableciendo la conexión entre pobreza y conflictos, sugiriendo que para llegar a un escenario de seguridad humana hay que combatir decididamente la pobreza.
Sin embargo, el tema de los índices no se debe abandonar, dado que su utilidad estriba en facilitar el diagnóstico. Si somos capaces de hacer el diagnóstico de aquello que daña la seguridad de las personas, estaremos ya muy cerca de encontrar las soluciones pertinentes. Y el diagnóstico, seguramente, será distinto para cada país y región. Regreso a lo que le comentaba en una pregunta previa: para Sudáfrica, los índices de seguridad humana seguramente estarían muy cargados al terreno de la salud, debido a la epidemia del sida; para la República Dominicana, en cambio, los fenómenos naturales, en particular los huracanes, tendrían que ser resaltados en la elaboración de sus índices de seguridad humana.

¿Nuestro país requiere de cambios institucionales y de reformas legales para adoptar la seguridad humana o ya existe el andamiaje necesario para ello?
Pienso que se requiere voluntad política para llamar a las cosas por su nombre. Me refiero al hecho de que en América Latina, sólo dos países, Chile y Costa Rica, han adoptado a la seguridad humana como política de Estado. Claro que, a comparación de México, son países pequeños y con una población comparativamente menor.
Aun así, encuentro en los planes nacionales de desarrollo de México un lenguaje prácticamente idéntico al que emplean quienes se abocan a la seguridad humana en otros países. En particular, veo el reconocimiento a la importancia de la relación entre seguridad y desarrollo. Lo que falla, ciertamente, es la falta de compromiso de parte de las autoridades mexicanas. Pareciera como si se temiera pronunciarse en torno a la seguridad humana, en términos de una política de Estado, posiblemente por una mala percepción del concepto, o quizá inclusive el temor a que se pudiera invocar la responsabilidad de proteger por parte de terceros países ante la situación de violencia e inseguridad que prevalece en diversas regiones del territorio nacional.
Sin embargo, México, en su condición de país en desarrollo, puede hacer de la seguridad de las personas una política de Estado, lo que, por otra parte implicaría el compromiso de efectuar una mejor asignación de los recursos a las partidas presupuestales destinadas a la seguridad y el desarrollo. El año pasado, por ejemplo, nuestro Congreso decidió aumentar partidas presupuestales para la seguridad de los estados del norte del país, y redujo las partidas presupuestales para el desarrollo de las entidades del sur. Pienso que una política de seguridad humana podría coadyuvar a una mejor asignación de los recursos de manera que se financie a la seguridad pero no se comprometa el desarrollo, y ello no requeriría cambios en nuestra legislación.
Por otra parte, creo que en los debates que se han venido desarrollando en torno a la Ley de Seguridad Nacional hay un reconocimiento a la importancia de una agenda amplia de seguridad, sin que se haya llegado al punto de investir a la seguridad humana del nivel de prioridad que debería tener. Con todo, recuerdo que cuando tuvimos la etapa más dura de la epidemia de la influenza AH1N1 en abril-junio de 2009, en ese marco los legisladores hablaron de incluir a las enfermedades y a los fenómenos naturales en la lista de amenazas a la seguridad nacional.

En términos presupuestales parece haber una disputa por los recursos entre los gastos policiacos y militares, y los dedicados propiamente al desarrollo. ¿Cómo se pueden conciliar ambos rubros?
El gasto en seguridad ha crecido considerablemente a lo largo del gobierno del presidente Felipe Calderón. Sin embargo, México tiene un rezago en la materia, amén de que, en el caso de las fuerzas armadas, la mayor parte de los recursos asignados se destinan a salarios y pensiones. El gasto en inteligencia civil también ha crecido, y no sólo para el Centro de Investigación y Seguridad Nacional, sino también para la Secretaría de Seguridad Pública federal.
Es evidente que los delitos y amenazas del siglo XXI no pueden ser combatidos ni con métodos ni operativos del siglo XIX o XX, y la labor de los servicios de inteligencia es fundamental para apoyar las tareas de seguridad pública y seguridad nacional. A lo que me refiero es que debe haber un crecimiento y correcta administración y distribución del gasto en seguridad, con la debida corresponsabilidad de parte de los actores involucrados a todos los niveles de gobierno. Pero también debe haber una correcta y adecuada asignación de recursos a la agenda de desarrollo, que incluya educación, salud, capacitación laboral, alimentación, entre otras, dado que la falta de acceso a oportunidades educativas, la crisis económica internacional, las enfermedades, etcétera, son factores que condicionan la inseguridad.



*Entrevista publicada en Este País, núm. 245, septiembre de 2011.