martes, junio 28, 2011

"La única respuesta es que no hay respuestas". Entrevista con Luis Humberto Crosthwaite



“La única respuesta es que no hay respuestas”
Entrevista con Luis Humberto Crosthwaite*

por Ariel Ruiz Mondragón
La embestida de la delincuencia en el país ha dado paso no sólo a trabajos periodísticos, sino también a obras literarias que expresan, a través de la imaginación y el realismo, aspectos de ese fenómeno social. Entre éstas destaca la reciente novela de Luis Humberto Crosthwaite, Tijuana: crimen y olvido (México, Tusquets, 2010), en la que, a través de la ficción, un personaje se da a la tarea de reconstruir la vida de un par de periodistas desaparecidos, Magda Gilbert y Juan Antonio Mendívil, quienes cruzaron la línea de los prohibido por el crimen organizado. Éste se encuentra magistralmente retratado en el personaje de un policía estadunidense, Edén Flores, quien maneja los hilos invisibles del poder, de la vida y de la muerte.
Con Crosthwaite (Tijuana, 1962), quien es ya uno de los principales narradores el México, contemporáneo, sostuvimos la siguiente conversación. 

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir un libro con el tema de un par de periodistas desparecidos? Como se señala al principio en boca de Élmer Mendoza, ya parece que los atentados contra periodistas son un lugar común hasta cursi.
Luis Humberto Crosthwaite (LHC): Se escriben muchas novelas sobre el narco, pero una veta muy preocupante y poco explorada es la desaparición de periodistas y su muerte por lo que escriben. La mía no es una narconovela, como las llaman ahora, porque no tiende a hacer esa exaltación de la violencia que hacen los corridos y otros libros. De hecho, suceden muy pocos hechos violentos en mi libro: no hay grandes balaceras, ni ves a los grandes protagonistas del narcotráfico. Pero sí ves a los periodistas y el temor que se manifiesta en la gente, lo que me parece que era un tema que no se había tratado a nivel ficción y creo que hasta de no ficción; creo que es un tema muy interesante que da mucho más que lo que aparece en este libro.

AR: Aunque no haya muchos hechos violentos, creo que el contexto en el que se desenvuelve la historia sí es violento, ¿no te parece?
LHC: Hay un contexto de violencia, pero está vista como la ve una persona común. El libro genera muchas interrogantes que no son respondidas, y finalmente nosotros, los ciudadanos, no tenemos acceso a las respuestas de las dudas que se nos presentan, como la violencia misma. No sabemos qué hay detrás de ésta.
El libro pretende solidarizarse con la persona común, y no responder a estas dudas, sino simplemente dar elementos para que cada quien arme el rompecabezas y llegue a las conclusiones que quiera.

AR: Como dice Magda, uno de los personajes principales.
LHC: Sí: la única respuesta es que no hay respuestas. Y pues podemos ver cuántos casos de periodistas asesinados se han resuelto, vamos a contarlos. Imagínate que los crímenes de gente conocida no se resuelven, pues mucho menos tantos otros crímenes que suceden.

AR: ¿Cómo te sirvió tu experiencia de periodista en San Diego para realizar esta ficción? Justamente otro personaje de la novela, Juan Antonio Mendívil, es un periodista de aquella ciudad.
LHC: Fue importantísima la experiencia que yo tenía de escribir, investigar, editar y leer muchísimo para la forma o estructura del libro. Al trabajar en la prensa de Estados Unidos, y al conocer mucha gente que me contaba sus experiencias de cómo se trabaja en el periodismo en México, he pensado que, de alguna manera, hay un choque de opiniones acerca de la forma en que se hace el periodismo. Éste, en Estados Unidos, suele ser muy estructurado, con requisitos muy duros a veces; en México a veces es mucho más laxo, y como que hay segundas intenciones en lo que se escribe, y que van mucho más allá de la nota misma. Allá sólo a nivel opinión puedes ver eso, porque un reportero tiene que cumplir requisitos específicos. Yo creo que la opinión que tienen en Estados Unidos de la prensa en México no ha variado en los últimos 100 años: para empezar, que lo que se hace en nuestro país no es periodismo.
Esto yo lo quise contraponer en dos personajes, uno en Estados Unidos y otro en Tijuana, y relacionarlos de tal manera que ellos mismos tuvieran ese choque de opiniones.

AR: ¿Cuáles fueron tus modelos reales para la creación de algunos personajes y elementos que aparecen en la novela? A mí me parecen claras las referencias al semanario Zeta, a Jesús Blancornelas, y alguna evocación de aquel narcojunior apodado El Tiburón.
LHC: La novela está plagada de elementos reales, tomados de la noticia o de mi experiencia propia. Mi personaje Samuel Ordóñez es importantísimo en el libro, porque es la base, y si vas a escribir sobre las amenazas que el crimen organizado ejerce sobre el periodismo, pues la base principal van a ser Blancornelas y Zeta. Yo tuve la fortuna de conocerlo, de haber charlado con él, me respetaba y yo lo admiraba muchísimo. La relación entre Ordóñez y Magda en el libro es la relación mía con don Jesús.
De alguna manera me siento mucho más cercano a Magda, aunque hay también muchos elementos de Juan que son míos; éste a mí me molesta, ya que, aunque lo que le sucede en su encuentro con el policía estadunidense es muy interesante, como persona me parece como muy atascado, sin un fin claro, que vive un atorón como tantas personas. Bueno, pues en un momento yo me sentí así y pues también lo puse de esa manera. Pero me desagrada que le suceda eso.
En cambio, Magda es la energía, y si siente que tiene un problema, inmediatamente lo quiere solucionar. Es la espontaneidad.

AR: Otro asunto que aparece mencionado dos o tres veces en la novela es el de la supuesta protección que dan editores y directivos de periódicos a los reporteros, especialmente los que se dedican al narco. ¿Tú consideras que haya alguna política real en ese sentido?
LHC: A mí me parece que lo que el directivo busca es vender. No sé si haya un solo medio de comunicación que se salve de esto, pero yo creo que no. Lo que sí se ejerce desde arriba es la ética profesional, la manera en que tú te le acercas cuando ejerces el periodismo.
Empecé a notar lo que generalmente dicen los editores cuando muere un periodista que está a su cargo: “Yo les advertí que no siguieran por allí” o “Ellos me decían que no se sentían en peligro”. Me puse a analizar esas respuestas, que se repiten en distintos casos, y he pensado que finalmente el editor decide, por ejemplo, si el reportero investiga, y puede hacerlo en casos muy peligrosos, pero finalmente es él quien decide lo que se publica. A diferencia del reportero, el editor lo puede hacer fríamente desde su escritorio; el reportero anda en la calle, muchas veces impulsado por la adrenalina, por la competencia, por la necesidad de recabar información, la que quiere ganarle a otros, y entonces va a sacar datos que muchas veces pueden poner en riesgo su vida. Pero esto es algo que se puede contemplar objetivamente desde un escritorio y tomar una decisión: vamos a proteger al reportero, y lo vamos a hacer al no poner poniendo su nombre en la nota, y también al no señalar gente o publicar fotos que podrían dañarlo. Digamos que esto me parecería a mí mucho más importante que vender miles de periódicos —porque sabemos que el morbo vende.
En Tijuana, el periódico Frontera tenía un cintillo con los nombres de todos los muertos en el momento más álgido de la violencia en la ciudad. Esa franja de la muerte aparecía todos los días, y a mí me impresionaba mucho. Pero empezaron a cambiar los nombres de los reporteros o a quitarlos totalmente. Pero esto realmente no tiene ningún sentido, porque en la calle se sabe quiénes son, y si alguien, como un narcotraficante, se siente ofendido por lo que se publicó, pues nada más tiene que hacer dos o tres preguntas para saber quién lo escribió. Y se sabe.
Entonces, ¿de qué manera protegerlos? La única es ejercer la autocensura, y tener que llegar a esto es un asunto muy grave. Sin embargo en el país, al no tener ningún tipo de seguridad para salvaguardar la vida de estas personas que andan en la calle, pues no hay de otra. Aunque también hay que utilizarla para criticar al sistema que no está funcionando.
A mí me parece que se deben tomar medidas de prevención fuertes y grandes, porque esto de los periodistas muertos va a seguir sucediendo, y los editores van a dar las mismas respuestas. Es algo que no está suficientemente analizado, porque generalmente el editor es víctima también, es el padre que perdió a un hijo. Sí, ¿pero bajo qué circunstancias? Habría que preguntarles. De igual que las muertes de las personas “X” que caen en la orilla de la ciudad, no se le da seguimiento a lo que fue la vida de los reporteros. Me cuesta mucho trabajo pensar que por un salario bajo, uno arriesgue su vida, y sobre todo si tienes familia. Esto me parece hasta absurdo.
Yo no veo a los periodistas como los héroes caídos en esta guerra contra el narcotráfico. Más bien los hallo como un elemento inexplicable dentro de los sucesos trágicos.

AR: En la novela se habla de cuando “se cruza la línea”, cuando los periodistas se ponen en peligro por difundir cierta información. ¿No te parece que esa línea es ya muy estrecha?
LHC: Es que no se puede saber realmente, y esa es la dificultad del propio editor: muy bien, aquí se está mencionando algo que ningún otro periódico ha dado a conocer, ¿qué tan peligroso puede ser? Quién sabe. Generalmente los periodistas son amenazados cuando ya están dando pasos en el fango, reciben advertencias, y es rarísimo continuar. Si a alguien le balean un carro, ¿por qué sigues escribiendo sobre algún asunto? Mejor escribe sobre deportes.

AR: ¿La novela también puede ser leída como un capítulo más de la vasta disputa entre la memoria y el olvido, entre la justicia y la impunidad?
LHC: Sí. Somos una sociedad que olvida con mucha facilidad. Me parece que estamos incluso en peligro de verlo en las próximas elecciones presidenciales. De repente nuestro olvido se va a hacer manifiesto de una manera categórica.
No tenemos mucha conciencia de la historia. El olvido, de la manera como yo lo estoy utilizando, es una forma de evasión, la que, en el caso de Juan, es una evasión de sus tragedias personales; pero también se trata de una evasión más generalizada acerca de lo que está sucediendo no sólo en el norte del país, sino en todo México. Uno prefiere ignorar los eventos trágicos que suceden a su alrededor, y prefieres marcar una línea, hacer una frontera que te separe de eso.
Si ves un hecho trágico en una calle, vas a querer evadirlo y olvidarlo lo más pronto, porque no quieres aceptar que esa es parte de tu realidad y buscarás la manera de alejarlo. Esa es la función del olvido en mi libro; es decir, el olvido no sólo de las tragedias personales, sino también generalizado. Nos olvidamos de nuestra historia, de mucho de lo que sucede a nuestro alrededor y tendemos a cometer los mismos errores, ahora sí que como diría José Alfredo Jiménez. Nosotros somos el país que tropieza siempre con la misma piedra.

AR: Forma parte central del relato un siniestro personaje que personifica la maldad, Edén Flores, en cuyas manos parece estar el destino del resto de los personajes. En este sentido, ¿la novela no refleja también la incertidumbre que genera la sensación de estar bajo la vigilancia y el control velado e ilegal del crimen organizado?
LHC: Sí, claro. Edén Flores es un personaje ominoso porque parece estar en todas partes; en un momento dado yo me dije: “¡Caray! Es como el diablo”. Siempre planea cosas malas para jugar con el destino de las situaciones en que viven las personas. Pero también no está tan alejado del gobierno mismo, que trata de controlar el comportamiento de la sociedad, como para tener, de alguna manera, todo amarrado.
A diferencia de Mendívil, Edén Flores me encanta, porque es un personaje de muchas posibilidades. Al final él mismo se considera prácticamente el gran siniestro de la historia, y dice: “¿Saben qué? Yo controlo absolutamente todo y nadie lo sabe”. Entonces dices: “¿Pues quién es?” O sea que arriba de todos los políticos, de todos los cárteles, resulta que hay una sola persona que maneja todo, y que ni aquellos lo saben.
Entonces las posibilidades de este personaje me tiene encantado, y definitivamente tengo ganas de retomarlo.
Flores es un policía de Estados Unidos, y eso es importante, porque generalmente se habla mucho de la corrupción en México, y el personaje te da elementos para que se vea que la policía estadunidense es igualmente corrupta.

AR: Y es un libro que relata pérdidas, que van desde lo individual hasta lo social, personajes que se pierden en la memoria.
LHC: Tienes buena lectura del libro. Es un libro que yo manejé a distintos niveles y planos, y lo hice también a través de distintas épocas. Me fui obsesionando por temas específicos, y hacía que el libro los englobara a todos. En ese sentido la novela es un poliedro, y entonces tiene muchas caras —tú has notado varias de ellas—, y una es la pérdida, que es importantísima en el libro.
Lo que pasa es que yo no puedo concebir una literatura en donde los personajes no sufran de una manera similar a como sufren los individuos comunes; de otra manera me parecerían como plastificados. De repente, por ejemplo, en el género policiaco tiendes a ver estos detectives a los que no les sucede nada, el típico detective cínico, que a mí ya me aburre mucho porque ya se hizo en los años treinta, y todavía lo hacen ahora. O los personajes acartonados, como las mujeres que siempre tienen que ser voluptuosas, y esa no es la realidad. Esa es una fantasía de evasión muy interesante, pero no es el tipo de escritura que a mí me gusta leer. Me gustan personajes que tengan conciencia, que traten de acertar en sus pasos, pero que fracasen muchas veces, y me parece que es la historia de la humanidad: seguimos tropezando con las mismas piedras, y eso también quiero que lo muestre el libro. Entonces, por eso allí están esas pérdidas, esas derrotas.

AR: ¿Qué te parece la narrativa que ha salido en los últimos años sobre el narcotráfico?
LHC: Me parece que, como fenómeno social, todos los efectos del narcotráfico deben de registrarse, se debe escribir sobre ellos. Da la casualidad de que no ha habido una novela fundamental, y si la hay, nadie lo va a decir en este momento, y finalmente eso lo va a decidir el tiempo. Por ejemplo, éste decidió que Los de abajo fuera una de las grandes novelas de la revolución, pero en su tiempo no lo fue.
Aquí lo que hay que ver es cuáles libros van a sobrevivir. Yo he leído muy poca novela del narcotráfico, porque es imposible leerla toda; ahora las editoriales invierten mucho para que publicar este tipo de libros porque se han dado cuenta que venden, y mientras lo hagan, se van a seguir escribiendo. Las obras de calidad, que tengan algo qué decir, son las que sobreviven. Mientras tanto, yo no le hallo ningún problema a que se sigan generando, así como se produce el Libro vaquero o las novelas románticas. ¿Cuál es el problema?
Yo veo que a mucha gente le ofende que se siga escribiendo sobre esto; pero, ¿por qué? Cada quién su cabeza, y mientras encuentren lectores, pues allí están los libros.


*Entrevista publicada en M Semanal, núm. 682, 22 de noviembre de 2010. Reproducido con permiso de la directora.

lunes, junio 06, 2011

La concentración de los medios, contra la democracia. Entrevista con Raúl Trejo Delarbre

 
 

La concentración de los medios, contra la democracia 
Entrevista con Raúl Trejo Delarbre*
 Ariel Ruiz Mondragón
 Sobre el tratamiento que los medios de comunicación dieron a partidos y candidatos durante las polémicas elecciones presidenciales de 2006 se ha escrito mucho, generalmente desde posiciones tan enfrentadas política e ideológicamente como remisas a aportar bases empíricas para sostener sus argumentos: muchos juicios y pocos datos.
El año pasado apareció un libro que, en ese sentido, va a contracorriente: Simpatía por el rating. La política deslumbrada por los medios (México, Cal y arena, 2010), de Raúl Trejo Delarbre, volumen que es producto de una investigación y ordenamiento de los datos referentes a la cobertura que los medios electrónicos dieron a las campañas electorales de 2006. De él se pueden desprender varias conclusiones, como el derrumbe de los mitos del maltrato exagerado a uno de los candidatos o que con una gran inversión en medios se tiene garantizada la victoria. También, que la disputa por el rating, la subordinación a los designios de los grupos que concentran la propiedad de los medios de comunicación y la preponderancia del marketing sobre la discusión racional son algunos de los pendientes de nuestra democracia.
Sobre varios de esos temas sostuvimos una conversación conversó con el autor, quien es doctor en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la misma universidad y presidente de la Asociación Mexicana de Derecho a la Información. Autor de 17 libros, ha recibido, entre otros, los siguientes reconocimientos: en 1990 la Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos, en 1994 el Premio Nacional de Periodismo y en 1996 el Premio Fundesco de Ensayo.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir y publicar un libro como el suyo, sobre todo tomando en cuenta los antecedentes de libros suyos como Así se calló el sistema, que hizo con varios autores, y Mediocracia sin mediaciones?
Raúl Trejo Delarbre (RTD): Primero, porque uno tiene obsesiones de las que es difícil librarse, y a veces, desde el campo de la academia o del comentario en los medios, sin quererlo o de manera deliberada, uno cultiva cierta especialización. Le confieso que hace cuatro o cinco años esperaba no dedicarme más a revisar monitoreos de medios de comunicación; yo he dejado a un lado el tema, pero a veces la realidad y las oportunidades de trabajo se imponen a uno mismo.
Tuve ocasión de que la Fundación Friedrich Ebert, a fines de 2006, me invitara a elaborar un documento muy acotado, que fue, de alguna manera, una versión muy inicial de este libro. Me pidieron una evaluación de las elecciones que acababan de ocurrir, y a partir de ese documento, preocupado por la discusión poselectoral, acicateado por la publicación de distintos acercamientos al tema, así como de la oportunidad que tuve para hurgar en internet y encontrar nuevos datos, entendí que valía la pena seguir interesado en el tema, actualizar reflexiones que yo ya había publicado acerca de partidos y medios, y preparar una investigación que creo que tiene una dosis suficiente de novedad para justificarse.
En los para qué, se puede preguntar: “¿Para qué un libro más sobre 2006, cuando hay docenas?”. A la mejor por eso: porque se han dicho y publicado muchas cosas acerca de esas elecciones, pero creo que falta una revisión más puntual, con algo de distancia crítica y analítica. Este libro se beneficia de la existencia de otros anteriores que hicieron colegas académicos y periodistas, tomo aportaciones de todos ellos, a los que menciono; sin esas contribuciones, este libro no sería lo que es. Además, creo que ya estamos en condiciones de hacer, en el campo de los medios, un balance más completo, y no sé si más sereno, pero espero que más sensato, de lo que fue la relación entre medios y partidos en aquellas elecciones.
No es este un libro que agote su mirada en 2006, ni un libro de historia política reciente, sino que abreva en ésta para mirar hacia adelante, y para, espero, ofrecer algunas lecciones
importantes rumbo a las fechas próximas en el futuro político mexicano.

AR: Como señala en el libro, partidos y candidatos tienen una gran obsesión por el spot. ¿Pero usted considera que los medios electrónicos realmente pueden servir para la deliberación democrática, para la discusión racional? Hoy vemos que en ellos el predominio es del entretenimiento, el marketing, el mensaje corto y contundente. Ahora recuerdo alguna respuesta crítica que usted dio a una convocatoria de Letras Libres al respecto.
RTD: Quisiera decirle que sí, pero tengo que decirle que no. En este sentido reconozco que tengo una opinión muy impopular, porque durante muchas décadas —en el caso mexicano, muchos años— quienes han estado preocupados por la televisión (voy a hablar solamente de este medio, porque la radio tiene su especificidad) han querido suponer que se le puede reformar. Yo creo que, en efecto, hay muchas maneras de hacer una televisión de mejor (o menos peor) calidad que la que tenemos en México, en donde la calidad está realmente muy abatida por la falta de competencia, de exigencia, por la complacencia de los anunciantes y por la búsqueda del menor esfuerzo por parte de los productores. Tenemos una pésima televisión, y eso lo sabemos todos, comenzando por los productores, quienes tienen tan mala conciencia que a cada rato invitan a intelectuales y académicos a sus programas para que se diga que ya hay pluralidad.
Pero voy a lo sustantivo: después de darle vueltas mucho tiempo, de atestiguar y a veces formar parte muy modesta de algunos esfuerzos para tener una televisión diferente, he llegado a la conclusión —que no es nueva, ya que es la misma a la que han llegado otros estudiosos de otros lugares del mundo— de que la televisión es fundamental para informar a los ciudadanos y es utilísima para entretener a las personas, pero tiene tales formatos que es muy difícil (quizá imposible) modificar, y me parece que es refractaria a un auténtico debate de los asuntos públicos.
Cal y arena publicó hace un año un libro casi clandestino, cuyos 10 mil ejemplares los compró la Secretaría de Educación Pública para maestros de secundaria. Para hacer ese libro me puse a revisar qué han dicho muchos especialistas en el mundo acerca de la televisión, y a estudiar su teoría, de sus usos y los esquemas de comunicación. Allí entendí una obviedad: la televisión no sirve para discutir algunos asuntos. ¿Cómo se pueden discutir en televisión la reforma política, los modelos de preservación del agua o la política para prevenir el sida? Hay muchos especialistas que saben mucho de cada tema, y para que uno de ellos explique un asunto hace falta tiempo y densidad, sin la dictadura del spot. Yo no creo que en una televisora haya condiciones para una conversación como ésta. En primer lugar, ningún productor la aceptaría; hace rato hablé para un periodista de la televisión durante 15 minutos, y de ellos la reportera va a tener que editar y dejar sólo dos, si bien nos va, y sólo lo más estridente.
La televisión tiene un formato hecho para el espectáculo, por eso es formidable para entretener, y también para la condensación de los acontecimientos, por lo que es muy útil para informar. Nos informa que dos aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas, pero, ¿quién nos explica ese acontecimiento? No es la televisión, sino los medios impresos, un poco la radio y ahora internet.
La televisión no es para el debate político, pero no por eso debiéramos de dejar de exigirle más densidad, más espacio y menos frivolidad en la cobertura de los temas. De tal manera, hay que demandarle a la televisión que haga bien lo que puede hacer. ¿Qué es esto? Comunicarnos qué ocurre con los hechos públicos y, en el caso de las elecciones, decirnos lo elemental: quiénes compiten, por qué lo hacen, qué dicen y qué no dicen, etcétera. Pero incluso en estas asignaturas la televisión mexicana también nos queda a deber mucho a los electores y a los ciudadanos.

AR: A partir de las anotaciones que usted hace acerca de los candidatos Andrés Manuel López Obrador y Felipe Calderón Hinojosa, ¿cómo entendieron éstos a los medios, cómo quisieron utilizarlos? Por ejemplo, usted señala que ambos coincidieron en considerar como gran analista a Brozo; pero también que el primero quiso imponer su visión política como única, mientras que el panista llegó a mencionar que la política era un reality show.
RTD: Creo que la política de comunicación de ambos candidatos hacia la televisión estuvo inicialmente definida por la idea de la espectacularidad, del show antes que otra cosa, pero también por la exigencia que ellos —particularmente Calderón— leyeron en las encuestas. En este libro se relata cómo al comenzar 2006, enero y parte de febrero, las campañas arrancaban con una enorme desventaja para Calderón, y los spots de ambas campañas eran, en términos generales, propositivos, y es más, muy bonitos. Los spots de la campañas de la Coalición por el Bien de Todos, de López Obrador eran de muy buena factura: blanco y negro, con contrastes, no sé si decirles artísticos, plásticamente bien hechos. Mostraban cosas terribles, y eran muy maniqueos, porque en 15 ó 60 segundos no se pueden decir grandes peroratas académicas; pero eran spots bien hechos, de buen gusto, y no concitaban el rechazo del adversario, sino más bien la invitación a votar por el candidato que podía remediar la situación reflejada en esos anuncios, como en el caso de la migración.
Lo mismo en el caso, aunque con menos fortuna plástica, de la campaña de Calderón, que eran spots por el asunto del empleo, del “yo sí puedo”, etcétera. Esto cambió cuando Acción Nacional decidió, ante la evidencia de las encuestas, que su campaña no repuntaba, y decidió arremeter contra el que dibujaron como el adversario principal, que era López Obrador, al cual calificaron como “peligro” para la nación mexicana.
Yo no sé si era o no “peligro” para la nación, en gustos se rompen géneros; a mí me hubiera parecido un riesgo que ganara este candidato, pero tampoco me gusta cómo ha gobernado el otro, pero esa es una apreciación personal. Ante esta campaña, que muchos se escandalizaron y la denunciaron como “negativa” —y que no era, por cierto, más negativa que muchas campañas en el mundo—, el PRD y la coalición respondieron con una campaña de difamación que terminó en aquella versión de que Calderón tenía un cuñado que hacía negocios ilícitos. Esto nunca se comprobó, por cierto, pero eso se dijo en spots, y mentira dicha, ni Dios ni la Contraloría de la Federación la quitan.
Hubo campañas agresivas y sucias, y todo esto fue parte de una elección muy cambiante, que no tuvo un script, una línea argumental unificada y coherente. Aquellas fueron modificadas de acuerdo a las necesidades políticas, y estuvieron definidas por la idea de los candidatos, sobre todo de Calderón, de que en los medios había que pelear y descalificar al adversario, más que a convencer; había que atemorizar más que persuadir, y a este esfuerzo por crear un clima de intimidación contribuyeron tanto uno como el otro candidato.

AR: En una parte del libro dice que tanto los candidatos como los partidos han asumido a los ciudadanos no como partícipes de la contienda, sino más que nada como espectadores. Y un problema también es que los propios ciudadanos se ven a sí mismo como tales. ¿Hay alguna forma de cambiar esta situación?
RTD: Una cosa es que los partidos asuman a los ciudadanos como individuos pasivos, y otra es que realmente lo sean. Ante la falta de exigencia ciudadana a los medios, uno está tentado a decir: “Tenemos una sociedad acrítica, resignada, conformista, cómplice de los malos contenidos”, y todo esto es cierto. Pero también hay que reconocer que, paulatinamente y de manera cada vez más reconocible, hay ciudadanos que se inconforman ante los medios, igual que hubo quienes en su momento lo hicieron ante los partidos.
Nos hace falta una ciudadanía con tal capacidad de exigencia respecto de los medios, como la que desde hace 20 ó 25 años tenemos respecto de los partidos políticos. ¿Cómo se logra esto? Bueno, esto ya está en marcha, aunque no de la mejor manera posible: hoy en día tenemos ciudadanos muy inconformes con los medios, los que supongo que no son mayoría, pero que muestran su disgusto de manera muy estridente. Tenemos ciudadanos que, al mimetizarse con esa estridencia que crearon ellos mismos y los políticos, se han contagiado de la “impolítica” de la descalificación. Basta asomarnos a los foros de discusión de cualquier periódico en línea, los que le dan a la gente una posibilidad —que antes no había— para que dé a conocer sus opiniones y sus disgustos, y están repletos de imprecaciones y de descalificaciones de lo más soeces, en una competencia por la vulgaridad en el sentido más estricto de este término, lo que habla muy mal de nuestra cultura política. Esos no representan a todos los ciudadanos, sino que son un segmento de los más disgustados, tan enojados que invierten tiempo y ocio en descalificar a los que no están de acuerdo con ellos en internet.
Esto nos habla de una ciudadanía de muy baja intensidad, muy primitiva, pero que se queja; la cultura de la queja ya está arraigada, y falta un proceso de civilización, que haya reglas, espacios y formas de responsabilidad. La gente dice muchas tonterías en internet, entre otras cosas porque lo hace de manera anónima; si no se pudiera, quizá como cuando uno conversa, cuando se sabe quien soy, cara a cara, o cuando uno dice su nombre, pues uno se hace responsable de lo que dice.
Hay muchas maneras; a mí me parece que parte del desarrollo del talante crítico respecto a los medios es que tiene que ser informado y que va a pasar por la mayor diversidad de los medios, pero, antes que nada, por la creación de espacios de escrutinio de los medios, sobre todo en internet, y eso es la creación de observatorios. No estoy inventando nada: en otros países de América Latina y del mundo ha sido un paso fundamental para que la gente tenga información y opinión de cómo se comportan los medios.
Si usted se fija, este libro tiene algo, o mucho, de observación de los medios. ¿Qué hice? Tome datos que estaban dispersos de la cobertura de medios en México. ¿Quién lee los informes del Instituto Federal Electoral (IFE)? Casi nadie, en parte porque el IFE no se ha preocupado por difundirlos todo lo que podría. Entonces lo que hice fue agarrar esos informes, recalcularlos —lo que fue un trabajo muy minucioso—, y al final llegué a integrar cuadros. Bueno, el día que en internet dispongamos, no cuatro años después, como en esta investigación, sino al día siguiente de evaluaciones de qué espacio le dieron los medios a cada partido político, anunciante, equipo de futbol, a cada punto de vista en los asuntos más diversos, tendremos observatorios del comportamiento de los medios que nutrirán la discusión de los ciudadanos. Eso espero.

AR: ¿Cómo conciben los grandes medios, los dueños de las dos grandes televisoras, a los partidos, a los candidatos y a los ciudadanos? Da la impresión de que sólo los consideran clientes y consumidores. ¿Y, sobre todo, cómo actuaron en el proceso de 2006? Sus números muestran que no fue una campaña despiadada contra uno de los candidatos.
RTD: Para los medios, los partidos son clientes, y este clientelismo se deriva de las reglas que teníamos hasta hace tres años, en las elecciones de 2006, que les permitían a los partidos gastar mucho dinero —dinero fiscal, dinero nuestro— en la contratación de espacios en radio y televisión. Este clientelismo forzado e inevitable está hoy acotado por la nueva legislación, que no ha cambiado del todo la costumbre de los candidatos de los diversos partidos para buscar exponerse a toda costa en los medios electrónicos, pero ha cambiado en algo fundamental: hoy en día es ilegal que un partido compre espacios en la televisión. Algunos lo hacen: hay que ver los spots de Enrique Peña Nieto y de Marcelo Ebrard, gobernador del Estado de México y Jefe de Gobierno del Distrito Federal, respectivamente, en los noticieros de Televisa. El espectador está viendo el anuncio de una automotriz, y de repente aparece un corte y viene una nota que dice que el funcionario tal inauguró una carretera o un hospital.
Falta mucho por caminar en este sentido, y esta compulsión de los medios para buscar clientes se mantiene gracias a este deslumbramiento de la clase política por los medios electrónicos. Hoy estas cuestiones son ilegales, pero falta reglamentar esa legislación para que la autoridad electoral o cualquier otra pueda imponer sanciones.
¿Cómo más ven los medios a los políticos? Como personajes inevitables, como interlocutores para realizar, cada vez más, la defensa de privilegios privados. Los medios, como cualquier otra empresa, hacen cabildeo, buscan crear leyes que les favorezcan, que se deroguen las que no les gustan y que el gobierno haga contrataciones que les resulten atractivas. Lo que no hemos tenido es una decisión de la clase política para tratar a las empresas mediáticas como cualesquiera otras, ya que igual hacen cabildeo las empresas tabacaleras, alcoholeras, los vendedores de computadoras y todo el mundo. Pero ninguna empresa en México hace el cabildeo y presiona a la clase política con la impunidad que hay en el caso de los medios de comunicación. Eso empieza a cambiar, pero a nuestros políticos les cuesta mucho esfuerzo enfrentarse a los medios; ya lo hicieron cuando la reforma constitucional de 2007, y hace falta que lo hagan una vez más para terminar la reforma legal de los medios de comunicación.

AR: Hay opiniones que manifiestan que las empresas que manejan los informativos pueden publicar lo que quieran y ocultar lo que no les guste. A partir de la experiencia de 2006, ¿es válido que las empresas privadas que manejan los medios puedan sesgar la información, orientar la opinión favorable o negativa acerca de un candidato?
RDT: La validez de esta conducta no está sancionada por la ley; es decir, en México no es ilegal que un medio de comunicación tenga sesgos en su información. Sí es ilegal que difame, y en algunos casos puede ser ilegal que diga mentiras. Si un medio de comunicación dice: “Beber solamente Coca Cola no hace daño”, pues está diciendo mentiras y puede haber una consecuencia legal. En el caso de la información política ocurriría lo mismo; es decir, legalmente se vale, ¿pero se vale en términos políticos, éticos? Aquí ya la discusión es muy difícil de asir. Cada vez que va a haber una elección federal, los partidos políticos representados en el IFE hacen una exhortación a los medios, y les dicen: “Señores de la radio y la televisión: Por favor, sean equitativos, trátennos parejo a todos, no digan mentiras ni distorsionen, hay que ser objetivos.” La verdad es que es una exhortación que ni los partidos ni los medios se creen; no tiene validez legal, es un llamado de buenas intenciones, un llamado a misa como los que hacen los párrocos, y van los que quieren y no van los que no quieren.
Pero hay quienes dicen que los medios deberían tener obligación de tratar igual a todos los candidatos. Esto en algunos países está legislado y en otros es una costumbre que vale casi como la ley, pero yo diría: ¿se vale tratar igual a los que son desiguales? Si yo fuera jefe de información o productor de un noticiero, ¿le daría el mismo espacio al PRI o al PAN, que ganan la tercera parte de los votos del país, que al PANAL, que gana el tres por ciento? Yo creo que no se vale darle lo mismo a quienes no son lo mismo.
Y más allá de eso, ¿tienen derecho los medios a tener preferencias claras? Hay quienes dicen que no, y yo digo que sí porque es parte de la libertad de expresión, de quienes comentan en los medios, de quienes informan puesto que son periodistas, y de los dueños de los medios. Yo sé que ésta es una posición discutible; a mí me parece que cualquier medio tiene ese derecho; es más, yo diría que un medio privado tiene derecho a no incorporar las noticias del PAN, del PRD o del PRI, del partido que le caiga mal, porque me parece que la pluralidad siempre es un valor impostado en una sociedad donde hay muchas tensiones, y que la objetividad es un asunto que no existe.
Sé que es una posición impopular porque muchos están muy acostumbrados a un esquema de información anglosajón, el que dice que todos los medios tienen que ser objetivos y plurales, y no es cierto. El NewYork Times no es objetivo; se le exige que diga la verdad, pero si coloca en primera plana una crítica al gobierno de Bush, y en la página 44 una crítica a un gobierno demócrata, está siendo no objetivo. Y ningún periódico es plural: el New York Times no publica exhortaciones a favor de la discriminación ni de los nazis. No hay pluralidad absoluta ni debe haberla: todo medio de comunicación ofrece un menú de contenidos que está matizado por las prioridades políticas, el contexto e incluso la idea de gusto cultural que tiene el editor de cada medio. Por eso no me parecería extravagante que hubiera medios que dijeran: “Aquí no informamos acerca del PAN, del PRI o del PRD”. No lo van a hacer, porque incluso en los medios está muy permeada esta idea de que hay que simular que son objetivos y plurales, aunque no lo sean.
Un paréntesis: quienes sí están obligados a informar parejo de acuerdo con la relevancia social de cada formación política, son los medios de financiamiento público. Aquí me llamó la atención cuando hice las cuentas de cómo informaron, particularmente el IMER, dieron la misma información, los mismos minutos. Yo lo conversé al aire con el conductor de Antena Radio, Mario Campos: “Oiga, Mario, parece que tuvieran un cronómetro”; me dijo: “Sí, nos colgaron un cronómetro para no hablar más tiempo del PAN que del PRI y del PRD”. Son recursos extremos.

AR: También hubo un caso de una empresa privada...
RTD: Mire, a mí me sorprendió: yo creía que algunos conductores habían sido más perredistas de lo que resultaron. Yo llegué a escribir que Carmen Aristegui, en 2006, tenía demasiado sesgo a favor del PRD, y aquí me encuentro con que, cuando ella estaba en W Radio, le dio casi 38 por ciento de su espacio electoral a López Obrador, 27 a Calderón y casi 27 también al PRI. No es un obradorismo excesivo; para mi sorpresa, Joaquín López Dóriga le dio más: 47 por ciento de espacio a López Obrador. Hubo conductores de noticieros que dieron una información más equilibrada a pesar de que todos estaban muy interesados en informar acerca de lo que decía López Obrador, aunque fuera para cuestionarlo.
Para mi sorpresa, o no tanto, hice el contraste entre los medios de carácter estatal o público, y vi que Radio UNAM fue muy obradorista, con 40 por ciento de su tiempo, mientras que sólo le dio 18 por ciento al candidato del PRI.
Pero para eso sirven estos ejercicios, en los que se ve que la pluralidad siempre está matizada y que hay un sesgo editorial que los conductores o los productores le imponen a sus programas.

AR: ¿Qué efecto tiene sobre nuestra democracia la concentración de canales de televisión abierta en unas cuantas empresas, las que también tienen radiodifusoras? ¿Cuál fue el que ese fenómeno tuvo sobre la elección de 2006?
RTD: Devastador. El gran problema de los medios mexicanos radica en que tenemos muchos medios, particularmente la televisión, en muy pocas manos, en cuatro: las de Emilio Azcárraga Jean y Ricardo Salinas Pliego, que concentran 94 por ciento de todas las concesiones de televisión comercial. No hay competencia en la televisión mexicana, y cuando Salinas Pliego y Azcárraga se ponen de acuerdo —como lo hicieron para sabotear la información electoral con los spots a comienzos de la campaña electoral de 2009— pues dominan el panorama mediático, y hacen un ejercicio oligopólico de recursos que no son de ellos, porque las concesiones para difundir por televisión todavía son propiedad de la nación. Ese es el gran problema que tenemos en los medios mexicanos: el de la concentración.
Por eso necesitamos nuevas reglas: no tanto para quitarles lo mucho que ya tienen a los que ya tienen mucho, sino para que haya nuevos actores, nuevas reglas para que haya nuevas cadenas de televisión nacional, y no tengamos un efecto tan devastador sobre la información que reciben los ciudadanos cuando las dos cadenas se ponen de acuerdo para impulsar o para soslayar un hecho público.

AR: Una de las grandes conclusiones del libro es que más spots, mayor cobertura, más gasto en televisión y en radio no garantizan, de ninguna forma, más votos. ¿Qué es lo que pueden hacer los partidos al respecto?, ¿cómo pueden reformular sus campañas?
RTD: Hay elementos del proselitismo electoral que no van a desaparecer, y quienes lo saben son los que han ganado más recientemente, que son los señores del PRI. Los priistas no han abandonado la campaña casa por casa, tienen una red muy eficaz. Claro, uno puede discrepar —y yo lo hago— de la política que impuso el PRI, de su falta de programa, del clientelismo y todo eso, pero justamente porque son clientelistas hacen una política que va casa por casa a regalar, ofrecer, promover, intercambiar votos por bienes –o a comprar votos, si se quiere ver así. Eso no va a cambiar, y quizá el único antídoto para eso es una política moderna que pasa por los medios de comunicación. En las sociedades de masas contemporáneas no hay proselitismo político que sea eficaz si no es a través de los medios, y hay distintas maneras de aprovecharlos; la más elemental es abrumar a los ciudadanos con una catarata de spots que, a la manera de quienes venden jabones o dentífricos, le dicen a la gente: “Compra, compra y compra”, igual que “vota, vota, vota”, sin reparar en el hecho de que los ciudadanos cada vez disciernen más y que cada vez más tienen, aparte de la televisión, otras fuentes de información sobre asuntos públicos: la radio misma, a veces los periódicos, internet —aunque tengamos una brecha digital que no abatimos como debería de ser pertinente.
La otra manera es tratar de llevar a la televisión no la deliberación en extenso —porque la gente le cambia de canal, ya que está habituada a la televisión-espectáculo—, pero sí mensajes con algo más de densidad que no se construyen en 20 ó 30 segundos de un spot, que proponen el problema, le ofrecen una explicación y, desde luego, inviten a votar por el partido en cuestión.
Hay muchas maneras: debates entre candidatos, deliberación sobre un tema específico y foros tv, que no es lo que hace Televisa en su canal nuevo de noticias, sino que es como se le ha llamado en otros países al desarrollo de discusiones en estudio, ejercicios en los que acude al estudio una muestra bien hecha —estadísticamente representativa— de la sociedad, y esas personas van y discuten con los candidatos.
Entonces hay muchas maneras, incluso para hacer espectáculo de carácter político, y que nuestros políticos apenas están comenzando a aprovechar, y que no van a poder poner en práctica si no desmitifican a la televisión.

AR: ¿Qué experiencias internacionales podemos recuperar para realizar campañas electorales?
RTD: Pues casi cualquiera. Muchas veces nuestros políticos se comportan como si estuviéramos aislados del mundo. E incluso muchas veces, la mayor parte de ellas, los empresarios de los medios pretenden que México sea una isla, cuando en todo el mundo hay reglas que limitan la concentración monopólica, que estimulan la propiedad, que obligan a la discusión de asuntos públicos en los medios, y sobre todo hay reglas que crean contrapesos delante de los medios.
¿Qué experiencias? En Estados Unidos hay una auténtica televisión pública, cuyo noticiero durante muchos años fue el más prestigiado entre la clase política de Estados Unidos; el noticiero que todos los políticos veían no era el de la CBS o el de la NBC, sino el de la PBS, con dos conductores que eran sensacionales y que discutían en unos cuantos segmentos.
También allá hay reglas, hay dos canales de televisión del Congreso, que son interesantes, con muchos más recursos que los que tiene el pobrísimo canal del Congreso de nuestro país, y hay una gran red de medios comunitarios. Hay muchas cosas.
Si vemos hacia el sur, hoy en día hay una auténtica rebelión de la sociedad y de los gobiernos frente a los medios en la zona de los Andes: Perú, Ecuador, Bolivia y antes Venezuela con otros rasgos. Tienen nuevas reglas para cortar el poder de los grandes medios, a veces reglas un tanto abusivas, diría yo, pero que responden a la soberbia de los medios durante muchos años.
En Argentina está a prueba una nueva legislación que a mí no me gusta del todo, pero que tiene cambios fundamentales; en Brasil hay una discusión muy intensa desde hace unos años, con cambios reales; en Chile hay un sistema de medios muy diverso, etcétera. En todos lados hay reglas que toman en cuenta tres o cuatro asuntos: 1) que haya diversidad de medios; 2) que se propicie la calidad, aunque sea difícil, especialmente a través de espacios de difusión pública que no tienen que estar sujetos al imperativo del rating; 3) respeto a las audiencias, que haya derecho de réplica, al derecho de los niños y los jóvenes a que haya televisión adecuada para sus edades y no cualquier televisión, y 4) regulación de contenidos, no para censurar, sino para evitar que en los espacios de televisión estén repletos de charlatanes que anuncian productos supuestamente medicinales y que no lo son, o iglesias supuestamente milagrosas, que tampoco lo son.
* Una versión un poco más breve de esta entrevista apareció en M Semanal, núm. 691, 31 de enero de 2011. Reproducida con permiso de la directora.