miércoles, octubre 17, 2007

La pugna izquierda-derecha en México. Entrevista con Lorenzo Meyer


La pugna izquierda-derecha en México. Entrevista con Lorenzo Meyer*

Ariel Ruiz Mondragón

En nuestro largo y complicado proceso democratizador, las elecciones realizadas hace un año manifestaron con diafanidad la dura confrontación entre los polos ideológicos clásicos: la izquierda y la derecha, cada una con sus recursos y tradiciones. Aquella disputa no concluyó con el término del proceso electoral, sino que a diario, desde distintas arenas y espacios, sobre diversos temas y decisiones, se expresa su continuación en un debate intenso.

En un intento por explicar esa lucha dentro del proceso político mexicano e internacional, Lorenzo Meyer ha reunido varios textos para publicarlos en su libro El espejismo democrático. De la euforia del cambio a la continuidad (México, Océano, 2007), en el que ofrece una visión particular, reveladora y comprometida con los problemas políticos del México de hoy. En torno a ese libro gira la siguiente conversación que sostuvimos con el autor, uno de los politólogos más destacados del país.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar hoy un libro como el suyo?

Lorenzo Meyer (LM): A la mejor doy una respuesta que suena o muy pedante o muy humilde: porque no está hecho para hoy, pensado en función de alguien que en un futuro cercano o distante busque entender esta coyuntura mexicana; que busque entender, desde la perspectiva política, qué sucedió con ese cambio de régimen, tan de terciopelo que pareció México haber dejado atrás una historia secular de autoritarismo y de no democracia, y entrar con bastante optimismo al cambio. A mi juicio, en muy poco tiempo se echó a perder el cambio. Quiero explicarlo, porque en mis otros trabajos anteriores, cuando he tenido que buscar la textura de una época, para poder entender temas específicos que me interesaban de los siglos pasado y antepasado, he ido con autores que trataban de entender en su momento a su momento, y me han sido muy útiles.

Yo espero que este libro explique, si no se hace polvo muy rápido, cuando alguien quiera entender qué diablos pasó, por qué el gobierno de Fox, que despertó tanto entusiasmo, terminó en una atmósfera de encono.

Si, de pasadita, en el aquí y ahora alguien se interesa y lo lee, también encontrará una explicación de lo que él mismo está viviendo. A veces estamos en el centro de un acontecimiento, y no alcanzamos a entender todas las implicaciones y las aristas porque el ciudadano normal tiene que hacer una vida cotidiana alejado de la observación.

Yo soy un profesional de la observación; entonces mi obligación no es ninguna virtud, ni mi inteligencia es mayor que la de otros, pero tengo el mirador y los instrumentos para tratar de ver más allá de lo que está ocurriendo en el centro de la tormenta, y explicar al individuo que no tiene tiempo de ver esto. Entonces el libro busca decir: “Mira, fíjate dónde estas metido. Cuando vas a votar, las implicaciones de lo que hagas son estas. Las plataformas de los partidos son así, y estás metido en una vorágine de propaganda, los medios están diciendo esto, pero no están poniendo énfasis en esto otro.” Y tratar de explicarle al lector lo que ya vivió el día de ayer.

AR: La gran promesa no de la democracia mexicana pero sí de los políticos que dijeron luchar por ella, empezando por Vicente Fox, era el cambio. Desde el título de su libro y en muchas partes de él lo que usted hace es señalar las grandes líneas de continuidad del gobierno de la alternancia y de los autoritarismos subnacionales con el antiguo régimen. Por el contrario, quiero preguntarle: ¿qué cambios ha traído el proceso democratizador en nuestro país?, ¿ha habido alguna ruptura que nos permita avizorar un avance democrático?

LM: Muy buena pregunta, ir a contrapelo de lo que yo mismo escribí allí. Son pocos cambios, pero sí importantes. En primer lugar, la conciencia clara de que lo que como país vivimos antes del 2000 no era democracia; eso ya es un avance. Creo que ahora hay casi un consenso de que ese México de la posrevolución, que usó muchísimo el concepto de democracia, no era democrático.

Y muchos mexicanos, por inercia, por desidia o porque realmente no alcanzaban a tener los instrumentos para analizar su propia realidad, más o menos creían que sí estaban en la democracia. Ahora ya no pueden llamarse a engaño: saben que no estaban en ella. En esos sistemas subnacionales donde todavía el PRI conserva el poder, sus ciudadanos ya saben que no están en la democracia. Así es que si siguen apoyando a sus gobernadores, ya es bajo su cuenta y riesgo. Pero ese sí es un cambio, un cambio mental. Ese es el primero: ya nadie puede llamarse a engaño.

El segundo cambio, asociado al primero, es que algunas de las instituciones tienen limitaciones para volver al autoritarismo. El IFE puede estar, en esencia, muy lejos de lo que fue el proyecto original, y puede ser cómplice, en buena medida, de la mala calidad de la democracia. Pero ya no es lo que era cuando el secretario de Gobernación lo presidía, cuando Bartlett tuvo que informarnos que, debido a un malestar del tiempo, se cayó el sistema. Ahora Ugalde tiene que hacer muchísimos malabarismos para una cosa relativamente menos obvia, menos grave, menos drástica.

Entonces, el entorno en que gira la vida política le ha dado una mayor importancia a la democracia, y los no demócratas (que son muchos) tienen que justificar sus acciones de una manera más compleja, y autolimitarse en su antidemocracia porque ya no se tienen los grados de libertad del autoritarismo anterior.

Yo diría que esos son los cambios.

AR: Otro tema que atraviesa el libro es el de la confrontación entre izquierda y derecha. Incluso usted recupera una idea de Schumpeter que dice que uno de los requisitos para que una competencia sea realmente democrática es que se enfrenten proyectos alternativos distintos entre sí. Más allá del proceso electoral sigue habiendo ese enfrentamiento. En esa dirección: ¿qué tan distintos son esos proyectos de la izquierda y la derecha mexicanas hoy? Lo señalo también porque en una parte del libro usted anota que el sistema económico mundial no acepta cambios del modelo económico, sino sólo adaptaciones.

LM: Son diferencias de grado. Si echamos la vista hacia atrás, y vemos a la izquierda, por ejemplo a fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, uno pensaba en la abolición del capitalismo, en llevar la lucha de clases hasta el final, en llegar a la revolución y exterminar al otro. Esa era la izquierda revolucionaria; ahora ya no es.

Como no es revolucionaria, la diferencia es de grado. Es que la izquierda se ha tenido que enfrentar a una realidad que no le gusta, pero que como existe no puede negarla (salvo que estuviera loca), y el hecho es que en la confrontación Este-Oeste ganó Estados Unidos, que la Guerra Fría terminó con una victoria norteamericana, y esto significó la expansión a nivel mundial de las reglas del mercado (que es el neoliberalismo y la globalización). Por más que nos pese, no hay forma de salirse de esas reglas, salvo que uno quiera llevar a la bancarrota a su país o quedarse enteramente estancado, como en el caso de Cuba.

Además la izquierda debe repensar mucho sus esquemas revolucionarios, porque terminaron en la Unión Soviética, que fue un horror. Entonces lo que eran 180 grados de diferencia, ahora sólo son 90 o menos, pero de todas maneras hay una diferencia. El caso concreto de lo que estamos viviendo en el México de hoy estaría en, por ejemplo, enfrentarse a los monopolios: a los de Televisa y TV Azteca, el de Slim, el de Cementos; a una estructura financiera donde hay un acuerdo entre los bancos para prestar servicios caros y muy malos, y no para servir al desarrollo, no a facilitar el crédito a tasas adecuadas para que México compita en el exterior, donde se están ofreciendo créditos más baratos a las empresas medianas y pequeñas. En esos campos podría ser una diferencia, así como en la no privatización del petróleo, en no destruir a PEMEX para tener el pretexto de venderlo; en una reforma fiscal, no en una miscelánea fiscal que tenemos ahora.

Pero creo que la diferencia principal sería en el plano de la psicología colectiva: el hecho innegable de que hubo un líder de izquierda, Andrés Manuel López Obrador, al que las masas identificaron como el líder de una parte muy importante, realmente masiva. Si la izquierda llegara al poder, esas masas no dejarían de ser pobres, no dejarían de ser explotadas; sin embargo, podrían suponer que ya son parte del sistema, es más: que el sistema es de ellos, aunque Slim siguiera ganando (aunque ya no iba a ganar tanto porque tendría que abrirse a la competencia). Habría una identidad con las instituciones que no hay ahora.

AR: Siguiendo con esta dicotomía entre izquierda y derecha, muchas veces se ha hablado de que necesitamos una izquierda moderna. Pero usted retrata en su libro una derecha tramposa, con muchas rémoras anticomunistas…

LM: Que no es moderna…

AR: … que ha promovido el miedo, integrada por una coalición de intereses alrededor de la candidatura de Calderón que son los grandes capitales, la Iglesia, etcétera. En este sentido, ¿no le parece que también requerimos una derecha moderna?

LM: La derecha moderna sería la que no se asustara porque llega la izquierda al poder. Ese sería el signo de su modernidad. Que fuera como la española: a la muerte de Franco, que abre las posibilidades de cambio, lleva a dos personajes de derecha al hilo a dirigir el poder. Pero el último de ellos, Adolfo Suárez, sabe que para poder tener un país institucionalizado políticamente y en paz, hay que abrirle paso a la izquierda, y al final termina por ser derrotado y la izquierda toma el poder. Pero Suárez queda como el gran estadista que es respetado por la izquierda, que lo considera uno de los grandes hombres políticos de España. Pasado un tiempo la izquierda se desgasta y vuelve la derecha; a ésta nadie la fusiló. Luego, esa derecha en una crisis se desgasta rapidísimo, y viene la izquierda, pero ya vendrá otra vez aquella.

Esa es una derecha moderna; pero la nuestra no, tiene un espíritu tan pobre que se espanta con el fantasma que ella creó (lo del “peligro para México”). Hay el testimonio de trasmano que se da sobre una reunión de Góngora Pimentel con empresarios de Monterrey, donde éstos le dijeron: “no creemos en eso pero lo usamos muy bien”. Pero pienso que algunos sí se lo creyeron, o al menos actúan como si Andrés Manuel fuera un peligro para México; con el peligro no se puede negociar, se le tiene que destruir, eliminarlo como un deber patriótico.

Esa derecha es impresentable como moderna, y es la que tenemos. Creo que la que se ha modernizado es la izquierda, y la que no lo ha hecho es la derecha.

AR: Para concluir con el tema de la derecha: usted menciona, aunque sin citar, una frase de Octavio Paz que decía que la derecha no tiene ideología, sino intereses…

LM: No, es una frase de muchísimo antes.

AR: … usted menciona que eso es insuficiente y que también hay elementos de carácter ideológico de la derecha. ¿Cuáles son algunos de los principales que encuentra en la derecha de hoy?, ¿hay alguno novedoso?

LM: No hay novedad alguna. Su principal elemento sigue siendo el de Adam Smith: las virtudes del mercado como la fuerza impersonal capaz de asignar de la mejor manera los recursos de una sociedad para que no se desperdicien. Ese sigue siendo el centro de su visión, y como la derecha es la empresa privada, entonces señala que entre menos Estado y mayor empresa, mejor; entre menos controles, menos burocracia, y menos ramas de la producción estén en poder del Estado (léase petróleo y energía eléctrica), muchísimo mejor para todos. Ese sigue siendo el centro de su visión del mundo: el individualismo a rajatabla y el mercado como mecanismo de distribución de recompensas y castigos.

AR: Por el lado de la izquierda usted hace un análisis de la marxista, y dice que lo único que sigue en pie de ella son sus razones morales, principalmente la exigencia de una justicia sustantiva en el capitalismo, lo que desembocaría en cierto grado de igualdad social. Al mismo tiempo, entre las desventajas de la izquierda señala una fundamental: la teórica. La derecha fue capaz de promover el Consenso de Washington, pero la izquierda no tiene algo similar.

LM: Y no sólo la izquierda mexicana, sino ninguna izquierda del mundo.

AR: ¿Qué ha pasado?, ¿por qué no ha sido capaz de remontar ese déficit?

LM: Es que tenía el esquema más cerrado, perfecto en sí mismo: el marxismo explica todo, la producción económica pero también la cultural, explica la psicología, el origen y el destino del hombre. El de la derecha no es tan complicado.

El esquema era tan total y tan completo, que a la hora de caerse se ha quedado sin la capacidad de volver a levantar algo más o menos digno de reemplazarlo. Era tan perfecto que una vez destruido todavía estamos buscando sustituirlo.

Yo nunca tomé el paradigma marxista, y por eso en los años sesenta y setenta los grupos de izquierda, como el de Rolando Cordera, me marginaban, porque la izquierda eran ellos (terminaron salinistas, cosa que no me ocurrió).

Se hablaba de la Tercera Vía, de Tony Blair, y de una cierta teoría detrás de la socialdemocracia; pero no hay nada tan completo como lo que hizo Milton Friedman y su visión de la economía y del mundo, así como de las enormes ventajas del mercado. Su esquema es tan completo que también dice: “Hay que dejar que funcione el mercado de la droga: quien se quiera drogar, que lo haga; y las cárceles hay que dejárselas a la empresa privada”.

Eso no hay en la izquierda: no hemos podido. A lo mejor tiene que pasar un trauma de esta naturaleza; quizá tiene que pasar un tiempo para que una generación nueva, que ya no tenga esa carga, venga y nos diga: “Pero qué brutos, si era fácil volver a hacer el esquema.”

Entonces a lo mejor el paradigma tiene que ser algo muy nuevo que se haya quitado todas esas telarañas. Mientras tanto, yo digo que a la izquierda le queda la parte no científica; pero eso es muy difícil que lo acepte: ¿cómo le va a decir uno: “Mira, olvídate de tu ciencia; no tienes ni la más remota idea de por qué venimos ni a dónde vamos, ni cuál es el destino de la humanidad, ni nada”? Pero hay una cosa que se llama justicia, y que es anterior a Marx e incluso a la época cristiana. Hay unos conceptos muy sencillos: si podemos disminuir esa brutal desigualdad, ese valor es enorme, y es el que hay que usar. No es justo que haya 67 mil millones de dólares en manos de una persona en un país de 25 de millones de muy pobres.

AR: En el futuro político del país usted atisba dos posible caminos: una democracia política limitada de derecha, y por otro lado un movimiento social de izquierda. ¿Qué características tendrían estos dos proyectos políticos?, ¿necesariamente serían democráticos?

LM: Depende de cómo defina usted democracia. En el caso de la derecha no se necesita imaginar nada: es la continuidad de lo que está ahora, evitando que el IFE o el Tribunal Electoral, o cualquiera de estas instituciones permita que la izquierda llegue al poder. Entonces hay que hacer todo bien acotado. Que la televisión siga siendo la gran educadora, que nadie le ponga trabas, que los votos no se vuelvan a contar, en fin. Esa democracia limitada es como la que, mutatis mutandis, había en Estados Unidos pero en el siglo XIX: los que no saben leer ni escribir no entran, y los que sí lo sepan adentro. Así funcionaba la democracia: estos son tan poquitos y están con nuestros intereses, que, pase lo que pase, no hay problema. Tienen que encontrar el equivalente a las dos limitaciones que había en el siglo XIX: usted tiene un mínimo de ingresos y sabe leer y escribir, entonces es ciudadano. Lo van a tener que encontrar para no tener que recurrir al fraude; si no, llegarán al fraude otra vez, el que se hace y luego se justifica. Ese es el proyecto de la democracia de derecha, que sí va a permitir la alternancia, pero entre dos o tres derechas, nada más.

El otro proyecto es el de hacer un movimiento grande desde abajo, por el que, en el momento de llegar a las urnas, resulte abrumadora la diferencia. Es la única manera; es decir: inundarlos con votos, de la manera en que gana el PRD en el Distrito Federal: por mucho. Si ganan otra vez por poco, van a volver a hacer como en el 2006.

Ahora: no ha existido nunca un movimiento de esa naturaleza en México. Han existido, sí, movilizaciones y casi levantamientos semiinsurreccionales, como el de Oaxaca. Pero una organización masiva de años… Madero lo intentó, pero no tuvo mucho tiempo y tuvo que irse a la revolución. La de Andrés Manuel es de 6 años. ¿Va a tener éxito? Ni idea. Ante el desengaño, va a ser difícil que 5 millones se afilien.

AR: Sobre el movimiento social y el desencanto que los sectores más pobres pueden tener con la democracia mexicana debido a que no han mejorado sus condiciones de vida y de la sospecha sobre las anteriores elecciones presidenciales, quisiera preguntarle: ¿ese movimiento puede desbordarse hacia la violencia?

LM: Depende del líder. Pero no, porque las insurrecciones violentas en México no han venido de los pobres: el liderazgo nunca fue de pobres, sino de clase media y de clase alta. Los pobres no articulan un discurso, no se creen ellos mismos: “Si es otro tan miserable como yo, no lo sigo, va a venir la represión”. Tiene que venir al estilo de Cuauhtémoc Cárdenas, de Madero, de Hidalgo: viene desde arriba. El discurso, además, señala fallas muy humanas en el sistema electoral, en el sistema político, o en el de justicia. Se identifica la falla, y se puede corregir si hay voluntad, si hay fuerza política y hay un mejoramiento.

¿Pero nada más por la pobreza? Entonces, ¿cómo se explica que en los siglos XVII y XVIII los mexicanos eran pobres como San Francisco, y no se insurreccionaron? No tenían ni la capacidad de pensar en la insurrección. Es hasta que un cura criollo, de las clases dominantes, les dice: “Oigan, si están ustedes así por estas razones y por el mal gobierno.” De allí viene el grito: “¡Muera el mal gobierno! ¡Mueran los gachupines!”

Una sociedad puede aguantar siglos de hambre, de injusticia; por lo tanto, si no hay liderazgo, si no hay partido que tome eso, si no hay un discurso sobre eso, “los pobres siempre estarán entre vosotros” (como decía el Antiguo Testamento), y listo.

AR: Al final del libro hay un artículo muy provocador sobre el populismo, y señala que los mismos que lo denuncian fueron los que pusieron el caldo de cultivo para que brotara. Hace una pequeña reseña histórica de los populismos ruso y norteamericano, y dice que el populismo nació con la izquierda como una reacción romántica contra una economía depredadora. Ambos fracasaron, el ruso incluso rebasado por otra izquierda, la bolchevique. ¿El populismo puede ser hoy un camino para América Latina?

LM: Es un camino. El populismo es Lázaro Cárdenas. Parte de una idea moral: el verdadero pueblo es el que es trabajador, pobre, que ha recibido como herencia la injusticia, y que es el mayoritario. Todo eso está en América Latina, está aquí. Ya las ideas de la lucha de clases y de que vamos con la historia, no funcionan. Lo que sí funciona, funcionó en la Galilea de hace 2 mil años, es que hay una injusticia; entonces se dijo: “Los pobres serán los ganadores” (no aquí, sino allá). Ahora no; se dice: “Los pobres pueden ser ganadores aquí; quién sabe qué pase allá.”

Es que hay muchos pobres. La razón puede explicar por qué una familia tiene 67 mil millones de dólares, pero el sentido de la justicia no lo acepta, porque eso es el resultado de un monopolio producto de un arreglo político. Es el uso del poder público (que nos pertenece a todos) para favorecer a privados.

Nuestro líder, el populista (digo nuestro porque es el mexicano, no estoy implicando que vaya a ser el líder de quien lea el libro), dice: sin violencia. El grueso de los populismos dice que sí es necesaria la violencia, y en eso están con Marx: la violencia es la partera de la historia. El de aquí dice: no. Pues que le dé gracias a Dios la derecha de que diga que no, porque en vez del plantón en Reforma hubiera sido la toma del aeropuerto, y no se hizo.

AR: Al final del libro hay un artículo sobre los fundamentalismos, especialmente al religioso-financiero de George Bush. Usted llega a aseverar que la gran amenaza sobre nuestro continente es la derecha norteamericana. ¿Cómo ha intervenido en la política mexicana ese fundamentalismo?

LM: Le ha dado un respaldo ideológico y psicológico a la derecha mexicana. Se siente tan a gusto con la derecha religiosa norteamericana, que es muy conservadora y que todo el tiempo anda usando temas morales: Dios está con ellos, es la justicia. Y además le ganaron a los rusos. Entonces la realidad dice que esa derecha tiene todo consigo: a Dios y al mundo de su lado.

No sé ahora con lo de Irak qué tan contenta esté la derecha mexicana, que hasta hace muy poco tiempo era como la hormiga que está en el lomo del buey: vamos arando. Entonces, mientras la derecha norteamericana fuera arando, desde Monterrey, la Isla del Padre, del shopping mall en San Antonio la mexicana iba también arando. Ahora la derecha norteamericana topó con otro fundamentalismo, y probablemente la mexicana está con un signo de interrogación: ¿qué está pasando allí?

AR: Para finalizar, también señala usted el gran reto externo que enfrenta nuestro país con el caso de China. ¿Cree usted que ya se estén procurando políticas que nos permitan insertarnos mejoren el plano internacional política, comercial y financieramente?

LM: No. Respecto a las únicas políticas que nos permitirían insertarnos no se ha tomado ninguna medida. En la primera, la antimonopólica, es decir, que bajen los costos de los teléfonos, que es un servicio que usa la parte moderna de la economía para competir con la otra, no hay nada.

En la segunda, que es la educación, tenemos que competir: no podemos competir ya con el petróleo, con la plata de los siglos XVIII y XIX. La escuela mexicana es una desgracia, en buena medida por esa fuerza política que representa la Gordillo. Pero como esa fuerza le es indispensable a Felipe Calderón, no la va a tocar ni con el pétalo de una rosa. Ya le entregó la Secretaría de Educación. Entonces no se está haciendo nada.


* Entrevista publicada en Metapolítica, Núm. 55, septiembre-octubre de 2007. Reproducida con permiso de los editores.